ALFORJA DE PIEL (capítulo 25)



EL NOMBRE DE LA QUERIDA APEL

Pamela estaba convencida de dicha circunstancia, tal vez porque sentía que la incluía a ella, y porque la lectura comenzaba a tomar una dinámica inusitada de vivencias conectadas a través del tiempo. No era la primera ocasión que se sentía tentada a dar lectura a la última página de Sincronía, pero no sucumbió frente al temor de abrir de súbito una caja de Pandora. Le horrorizaba la idea del final, temía el desenlace, lo aparentemente predestinado. La paralizaba el desasosiego a sus tontas conjeturas y recelos así que aceleró la transcripción de su legado, dejando para el final los detalles de las ilustraciones que Yara después de haber escaneado, perfilaba a la perfección con la herramienta bézier de Corel.

Con un sencillo forro de color hueso Gadea después de coser los folios revistió las pastas del manuscrito secreto. El documento intitulado y sin numeración en las hojas, tampoco llevaba el nombre de su autora ni la fecha ni cualquier clase de comentario, que indicase alguna idea de su contenido incomprensible. Melissa mandó hacer un elegante bargueño con puertas de vidrio, en cuyo doble fondo ocultaron el extraño testimonio del Ditriae-Corporum y las mujercitas desnudas.

A lo largo de veintidós años el mueble fue albergando las treinta y ocho copias magistrales de Gadea, quién sólo descansó unos cuantos días después de su boda con Antonello Guinelli. La joven pareja se quedó a vivir en la hacienda y durante cinco apacibles años, el impresor, la copista y las hermanas Ferrater pasaban las cálidas tardes del verano jugando naipes. Apel había perdido la vista por completo pero tenía el don de ver con la yema de los dedos, los relieves sutiles que el extranjero marcaba en las esquinas superior derecha e inferior izquierda de cada naipe. La viuda de Ancarola era la más entusiasta en el juego, de tanto en tanto se decía. -¿Y cómo han podido prohibir esta baraja? Y que Dios me perdone, pero hasta Él mismo jugaría este juego.

Apel murió un hermoso día de primavera cuando el aroma y la floración de los azahares cubrieron de blanco y perfume los campos de naranjos. El paisaje de aspecto nevado rendía tributo junto al pueblo de Pollença a una de las mujeres más emprendedoras en la industria de fragancias, mermeladas, extractos y aceites esenciales que llegaban por igual, a las tierras del mediterráneo como a las casas señoriales del nuevo mundo.

Georg y Catalina llegaron a la hacienda justo a tiempo para verla morir en tan piadosa paz, que su pálido rostro expresaba una tenue sonrisa. El duelo de la familia traspasó las tierras de labrantío y el mismo puerto, para recordar con alegría, como un día de fiesta, las ceremonias del entierro donde las anécdotas espantaban las lágrimas y la congoja se tornaba en complacencia. El cortejo aunque numeroso fue discreto, sin fasto ni pompa, no hubo plañideras ni pesadumbre porque así lo interpeló en vida y quiso que en su velorio y en su sepelio, el llanto fuera silencioso como el de ella por abandonar a sus seres queridos en el momento más dichoso de su existencia.

Melissa la recordó siempre como aquella niñita temerosa y frágil que la acogió en su hogar para quererla como a una generosa hermana, vinculada entrañablemente a los afectos de su propia sangre. La anciana Ferrater continuó su vida a ratos en la factoría, en los campos de la hacienda y en las tertulias de naipes donde los tres jugadores siempre pronunciaban en sus amenas conversaciones el nombre de la querida Apel.

LO RECORDARÍA CUANDO LO ENCONTRARA

Un día, a la edad de cuarenta y cinco años Gadea dejó su sillón de copista porque descubrió que estaba en cinta, justo cuando Melissa estaba por cumplir noventa y nueve años. Inexplicables y reveladores incidentes marcaron la mañana del ocho de febrero de mil quinientos setenta, cuando pasado el mediodía la tía abuela armó tremendo revuelo por toda la casa, buscando en algún lugar que no recordaba donde, cierto talego que había guardado hacía tiempo. Hurgó entre las vasijas, los potes y las ollas, removió hasta las brazas del fogón donde hervía el puchero, revisó cada perol y todos los rincones de la cocina dejando tal desorden y tiradero, que Gadea le sugirió continuar su búsqueda en otro lugar de la hacienda, pero la anciana insistía que tal vez en ese sitio estaba lo que ella buscaba, y cuando la mujer de Guinelli le preguntó que qué buscaba, la anciana le contestó que lo había olvidado, pero que lo recordaría cuando lo encontrara.

Para desazón de las criadas, Melissa continuó husmeando y removiendo en todos los armarios, guardarropas y cualquier estantería que se le cruzara en su camino vaciándolos por completo. En el piso se fue amontonando la ropa, los sombreros, las zapatillas, los guantes, los estuches y cofrecillos, los alhajeros y baúles, las sábanas, las mantas tejidas, las toallas bordadas, las carpetas ribeteadas con encaje de bolillo, entremezcladas con infinidad de cosas domésticas en tal maraña pues en su alocado frenesí, la mujer no se dio cuenta que ya nadie le prestaba atención porque Gadea había entrado en labor de parto.

Entre cuatro mujeres, madres muy entendidas de más de cinco criaturas, la sentaron en el borde de una silla y le ataron las manos a una cuerda que colgaba de una viga. Cuando llegaban los dolores una mujer jalaba la soga, mientras otra le acercaba a la boca un cucurucho para que soplara fuerte. La más vieja le masajeaba el vientre y la más joven con un paño suave entre sus brazos vigilaba la cabecita que comenzaba a salir.

-Ya viene, ya viene. –increpó la mujer metiendo su cabeza entre las piernas de Gadea que dio tremendo grito de dolor, cuando al fin nació la intrépida Kima. Amaneció el día siguiente y en el más apacible de los silencios, la madre y la hija descansaban, mientras Antonello descubría horrorizado el cuerpo de Melissa sin vida recostado en una mecedora. Se aproximó a la anciana brincando las canastas de costura, los bastidores y las labores del tejido revueltas con telas y ovillos de estambre. Le cerró los ojos y tocó tiernamente sus manos que sostenían con fuerza un grueso de papeles y una pequeña alforja de piel de oveja.

-¿Le ocurre algo señora Pamela? –Preguntó Yara a su patrona cuando la vio con la mirada llena de tristeza seguramente atrapada en algún lejano pensamiento. -No, no… es el cansancio, creo que debemos dar un paseo. La señora Perilló se acercó al cristal de la ventana, la playa estaba solitaria y las olas en vaivenes fugaces apenas si empapaban la arena. -Dile a tu madre que no cocine, comeremos las tres en cualquier lugar.

Pamela se dirigió a la zona comercial y turística de Turritela, había varios restaurantes pero le llamó la atención uno que ostentaba el nombre de “Las Perlas”, sin otro motivo, ese le pareció el más adecuado para salir un poco de sus cavilaciones. Era la primera vez que Yara y Romelia comían en un sitio tan elegante, al principio se sentían cohibidas pero después de varios vasos de sangría con un poco de vino tinto, fluyó una amena conversación entre Pamela y la chica que no se apartaron del tema del dibujo, el color, la línea, los gráficos y lo más avanzado en programas de diseño para animaciones, e incluso hablaron de editar páginas web. -Adobe Photoshop y Adobe Flash te van a encantar, son súper fáciles. –Decía la señora Perilló que estaba asombrada con la capacidad de aprendizaje de la muchacha. En el interior del establecimiento la luz artificial y la música creaban un ambiente muy agradable, la sobremesa se alargó con los tecnicismos de la charla, el postre y el café.

Era ya tarde cuando salieron del lugar, en la calle las sorprendió la luna llena que lo inundaba todo de un prodigioso fulgor. Pamela aspiró profundo la cercanía balsámica del mar que le trajo a la memoria las playas de su querida Barcelona. A punto de subir al auto vio nuevamente el anuncio de “Las Perlas” pero ahora notó algo que antes no había visto, el número cuarenta y cinco labrado en bajorrelieve sobre una piedra de cantera.

Durante el trayecto hacia la casa con la luna espejeando sobre la superficie nocturna del agua pensó que ella, sin dudarlo ni un momento, había elegido el restaurante por el sugestivo nombre. Pero el hecho de que la dirección del inmueble llevara por número el cuarenta y cinco era más que una casualidad. ¿Tal vez una señal? A fin de cuentas el talego que atesorara Melissa en el último halito de su existencia tenía que ser el mismo saco con las perlas que el Magíster Prinio Corella le había confiado años atrás, y que ahora sin entender el porqué, ella poseía junto con otras joyas, unos impresos y el libro Sincronía. Más tarde no pudo conciliar el sueño ni apartar sus pensamientos de dicho número que sumaba nueve.

EL SOFISMA DE LAS NUEVE MONEDAS DE COBRE

El nueve, se dijo, es un número misterioso. Evocó en su conjetura el sofisma de las nueve monedas de cobre que ideara un heresiarca de Tlön, al que no lo movía sino el blasfematorio propósito de atribuir la divina categoría de ser a unas simples monedas, y que a veces negaba la pluralidad y otras no. Quienes argumentaron que si la igualdad comporta la identidad, habrían de admitir asimismo que las nueve monedas son una sola. De tal modo nueve perlas tenían que ser una sola, pero cinco grupos de colores diferentes de nueve perlas en nuestro mundo sustancial, seguían siendo cuarenta y cinco perlas.

 Los números, las perlas, las monedas y Borges en el espacio laberíntico de los espejos, junto al reflejo transverso de la historia narrada en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius deshilvanaba en el sueño de Pamela, la magnánima concepción del “eterno retorno” sujeto al movimiento del cosmos de un ilusorio universo, ya que nada en su sueño terminaba en un reductio ad absurdum pues siempre aparecían la misma cantidad de perlas, una y otra vez chocando con inaudita fuerza en algún punto del contrafuerte, hasta que una de ellas lograba accionar el mecanismo del sistema para intercambiar la energía interna, con la del medio circundante eternizando el todo en medio de la nada.

¿De qué otra forma habría de comprenderse este movimiento dirigido en el organizado caos de los sistemas mentales? Porque evidentemente una carga de información estaba sujeta al sistema material, pero las estructuras resultantes debían de ser producto de un orden más profundo de esta compleja información. Sí el nivel material era percibido por el nivel mental que actúa de forma recíproca sobre cierto desplegamiento de aspecto material, la información debía modificarse constantemente para ejercer la dinámica de las relaciones dentro de cualquier universo manifiesto.

Así, de tal modo las sincronicidades serían una expresión de movimiento fundamental desplegadas como patrones de pensamientos y combinaciones de procesos materiales. En cada región del espacio-tiempo debía estar inmersa la conciencia del individuo, de ese solitario observador que preside toda una orquesta sin él saberlo. Pamela estaba convencida que Gadea había habitado un microcosmos atemporal donde el espacio fluctúa y se despliega simultáneamente, en los aspectos mentales y materiales penetrando incluso en la concepción creadora de su propia existencia.

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MUNDOS PARALELOS (capítulo 24)



DEMASIADO VIEJO Y MUY FRÁGIL

Pamela descosió con sumo cuidado las hojas de su libro Sincronía, aunque el ejemplar de suyo estaba en buen estado, el papel era demasiado viejo y muy frágil. De esa forma podría escanear las ilustraciones sin maltratar el manuscrito. Creyó conveniente rediseñar los dibujos en CorelDRAW respetando al máximo el trazo original, no obstante se tomaría una pequeña licencia, que le daría a su nueva versión la personalidad de un libro del siglo 21, anexándole un Cd interactivo con sugerentes y dinámicas animaciones, proyectadas en la cadencia rítmica de voces y sonido.

La traducción la había estado realizando paralelamente a la lectura y teniendo hasta ese momento suficiente material, se dio por fin a la tarea de copiar la obra. Ferdinán le había traído un magnífico papel satinado cortado en tamaño carta, justo el formato que ella había elegido para la recuperación del manuscrito. Dotó de gran colorido y hermosos matices las viñetas del inicio y conservó un tipo de letra similar al del texto original para todos los títulos. Hizo impresiones láser de los primeros bocetos que al ser de su agrado, los guardó de inmediato en un archivo de sus documentos. Una buena cantidad de ilustraciones eran de su propia cosecha, e inició las animaciones con el relato de las fiestas de consagración de la virgen Negra.

Yara había entrado a la habitación para hacer la limpieza, Pamela se distrajo al ver a la muchacha limpiar con un trapito cada uno de los objetos que se encontraban en una estantería con puertas de vidrio.
-¿Qué haces Yara? -Dijo la señora Perilló.
-Sacudo las figuras de porcelana.
-Las sacudiste ayer ¿verdad?
-Si señora Pamela, y anteayer también.
-¿No te parece que es demasiado sacudir?
-Es que aquí… cerca del mar entra un polvito muy fino.
-Ah… bueno, pero necesito que hagas otra cosa.
-Si, dígame señora Pamela.
-Siéntate en esa silla frente a la computadora.

-¿Aquí?
-Sí, ahí mismo. –Dijo Pamela quién después de salvar el archivo en el que trabajaba en su Lap top se levantó del escritorio, encendió la máquina y abrió un documento de Microsoft Office Word.
-Quiero que copies un artículo de esta revista. Pon atención, éste es el teclado, tiene todas las letras para escribir las palabras y aquí en el monitor se ve lo que estás escribiendo. La señora Perilló escribió el título mientras Yara ponía todos sus sentidos en lo que la mujer hacía.
-Con esta tecla grande se separan las palabras. –Dijo Pamela- Ahora inténtalo tú.

Yara escribió con excesiva lentitud los primeros renglones del texto ya que lo hacía sólo con el dedo índice de la mano derecha, y se tardaba mucho en encontrar las letras. Al principio no ponía mayúsculas ni acentos porque no sabía pero en pocos días mostró tal interés, que Pamela le enseñó incluso a dar un formato atractivo al documento.

Romelia no podía ocultar el orgullo que sentía por su hija, y con gran entusiasmo les llevaba café con pastelillos a media mañana y en la tarde que ella misma preparaba. Pamela pretendía terminar pronto el proyecto Sincronía pues en menos de dos meses regresarían a la recién transformada y ultramoderna casa, ahora Centro de Investigación las Gárgolas.

REPÍTALO TODO CIEN VECES MÁS

A Apel le pareció excesivo el mobiliario para los trabajos de copista que Gadea estaba por iniciar, en cambio Melissa se moría de ganas por tener cualquier cosa que se le pareciera. Las dos mujeres no tuvieron más remedio que mudar sus sillones con todo y taburetes repletos de ganchillos, tules, cestas, hilos de seda y algodón, agujas de metal y madera, vaporosas telas, tijeras, bastidores, dedales y demás enseres para las labores que durante tantos años fueron el único esparcimiento en las largas horas de tedio de las hermanas Ferrater.

El primer lunes de un mes de octubre se iniciaron las clases. Antonello Guinelli llegó acompañado del mozuelo que cargaba una valija con diversos materiales. Apel y Melissa lo recibieron con verdadero agrado. Después de concederles un breve saludo, el joven se dirigió a Gadea que se encontraba ya sentada en su primoroso sillón de copista. Lo primero que hizo Guinelli fue colocar sobre un costado plano del escritorio un frasco de tinta, varias plumas de oca, unos lápices de grafito, un trozo de yeso, un par de piedras pómez, un cortaplumas, cuchillas, dos punzones, uno más fino que otro, una regla, algunas tablillas y un estilete. Seguidamente puso un grueso de pergamino amarillento encima de una angosta mesa provista de varias cajoneras. Del montón, tomó un pliego y lo puso sobre la superficie inclinada del escritorio de Gadea, y con un grafito de punta fina trazó sobre la hoja una larga línea tan nítida y tan recta, que parecía haberla hecho con la ayuda de una regla.

-Ahora usted trace una línea igual. –dijo el extranjero. -Gadea tomó el grafito que Guinelli sostenía en su mano, no pudo evitar ruborizarse e inmediatamente bajó la mirada, deslizó el carboncillo con tal fuerza que dejó sobre el papel una gruesa raya que parecía el contorno impreciso de la sierra Tramuntana.

Apel y Melissa aún permanecían de pie en el salón y parecieron preocuparse seriamente cuando Guinelli dijo. -Inténtelo nuevamente, con menos fuerza y más seguridad. Gadea dibujó otra raya pero ahora tan débil que en algunos tramos apenas se veía. Las ancianas se acercaron para ver los trazos, pero antes que pudieran opinar algo el joven le ordenó al mozuelo que trajera un par de sillas para las damas. Las señoras se acomodaron a cierta distancia desde donde podían ver las líneas que Gadea dibujaba en el pergamino, durante toda la clase guardaron silencio tal cual les había indicado el aprendiz de preceptor.

Hora y media después de tediosos ejercicios las cosas en realidad no habían estado nada mal. A no ser porque la mano derecha, la espalda y el cuello de la joven Ancarola comenzaban a hormiguearle. Había trazado infinidad de rayas horizontales, verticales, inclinadas en un sentido y en otro, cruzadas, quebradas y entrecortadas. Pero lo mejor de todo fueron los círculos grandes y pequeños, que tenían que ser tan redondos como la luna llena, y las líneas curvas tan graciosas como las olas del mar, y los medios círculos como los arcos de las ventanas, y los cuartos de círculo que eran lo mismo pero cortados a la mitad, y finalmente las figuras de cuadros y rectángulos y los diferentes triángulos, con los que construyó algunas estrellas y mil cosas más, después de hecho todo eso, dijo Guinelli. –Muy bien mi apreciable Gadea, repítalo todo cien veces más. El extranjero le dedicó una tierna sonrisa a la joven Ancarola, y se despidió cortésmente de las señoras.

Gadea descubrió pronto que el trabajo de copista no era oficio fácil, así lo decía el colofón de Silos Beatus que ella transcribió tiempo después en un hermoso manuscrito.

Si no sabes lo que es la escritura podrás pensar que la dificultad es mínima, pero si quieres una explicación detallada, déjame decirte que el trabajo es duro: nubla la vista, encorva la espalda, aplasta la barriga y las costillas, tortura los riñones y deja todo el cuerpo dolorido…

Y bien que lo sabía Gadea, pero su esfuerzo no fue inútil, su carácter y entusiasmo se vio enaltecido cuando Guinelli le entregó su primer manuscrito encuadernado. Un “Libro de Horas” con grandes y bellas ilustraciones, viñetas, orlas, iniciales mayores y peones y la más diversa decoración de pájaros, insectos, y varias miniaturas en página entera bellamente enmarcadas con guirnaldas florales resaltadas en tintas de colores y delicados baños de oro.

El extranjero pidió permiso a las damas para mostrar en público la obra que era digna de la más selecta biblioteca de un rey, pero Gadea dijo que aún le faltaba mucho por aprender y que tal vez cuando hubiese copiado cuarenta y nueve obras más daría a conocer su trabajo. Tal como lo dijo lo cumplió, su extraordinario arte no se dio a conocer en vida porque sólo llego a copiar treinta y ocho manuscritos de insólita belleza. Y si no alcanzó el propósito de su objetivo fue porque de todos esos libros de invaluable estimación artística solo uno le interesaba de manera extraordinaria.

SU PROPIO MANUSCRITO

Fue su propio manuscrito enigmático y clandestino al que le dedicó todo su ímpetu, su delirio, su arrebatado fervor, su frenesí nocturno bajo la tenue luz de las velas hasta que Melissa la descubrió dibujando mujercitas desnudas que se bañaban profanamente en retorcidas y extrañas tuberías. Fue patético y doloroso. Gadea trataba de explicarle a su tía abuela pero la mujer sumida en sollozos no escuchaba justificación ninguna. -Tiitameli, Tiitamel perdóname, tenía que hacerlo.

Melissa salió terriblemente abatida de la habitación y no vio a su hija por varios días hasta que una criada le informó que la niña estaba muy enferma, para mayor complicación Apel que estaba perdiendo la vista se encontraba en cama por una reciente caída. El médico diagnosticó a la paciente de extenuación excesiva complicada con dolencias y penas del corazón y todo eso sumado a un fatídico desconsuelo y la falta de alimentos complicó de manera inquietante la salud de la joven. Después de un mes Gadea no mostraba mejoría y por si fuera poco a Guinelli no le permitían verla. Melissa había fracasado o dejado en el olvido sus virtudes curativas y nada parecía ser un remedio apropiado para tan repentina aflicción.

-Necesita el olor de la tinta. –dijo Apel- que a tientas tomó un frasco, una pluma y algunos folios de pergamino.
-Ayúdame Melissa, tenemos que salvar a nuestra hijita. Las ancianas colocaron los implementos ineludibles del copista en un larguero y con gran delicadeza lo pusieron sobre la cama de la enferma. Gadea las sintió llegar, frente a ella, las ancianas la veían con ternura.
-Creo que debes terminar tu manuscrito, pero antes es necesario que comas una buena sopa de tu yaya. –sugirió con voz dulce y pausada la abuela que sólo distinguía bultos y manchas frente a sus ojos. Melissa se acercó a Gadea, tomó su mano y la besó. –Debes terminar lo que has comenzado, compadece mi torpeza querida hija, no he sabido ver con claridad. -Dijo la tía abuela quien por primera vez en su vida le había dicho hija al ser más amado de sus entrañas.

VIGOROSAS Y HERMÉTICAS HASTA LA INMORTALIDAD

Tan sólo unos días de severo reposo fueron suficientes para que Gadea se incorporara de nuevo a su perturbador scriptorium personal. Con vehemente devoción continuó el trazo de los dibujos que había visto en los muros de una de las salas del castillo del Ditriae-Corporum. Después de pulir el pergamino pasando sobre la superficie primero un cuchillo y después una piedra pómez para alisarlo y suprimir las manchas y asperezas del material, no se tomó la molestia, como solía hacerlo con cada pliego que utilizaba para la copia de los libros, de trazar guías para la caja de escritura, ni para las ornamentaciones, ni se preocupó en lo absoluto de contemplar espacios para decorados, iniciales, miniaturas o cualquier otra clase de ilustraciones que pudieran expresar un exceso vano e improductivo.

Había iniciado el manuscrito por la sección del “Poltrig” palabra relacionada con las tuberías de todo tipo por la cual circulaban los fluidos dinámicos y eran transportadas las mujercitas que inevitablemente iban a parar a las albercas regeneradoras que las mantenían imperturbables, sempiternas, rozagantes, incorruptibles, austeras, vigorosas y herméticas hasta la inmortalidad, sumergidas en la saturación de ese humor acuoso. Cada fragmento del poltrig tenía una función específica que era supervisada palmo a palmo por un ejército de damiselas entregadas sin opción a esa inefable tarea.

Gadea a diferencia de su aprendida labor de copista realizó primero los austeros dibujos del manuscrito secreto. Trazó con escuetas líneas los cuerpos y los rostros flemáticos de las mujercitas desnudas de vientres abultados. No obstante expuso con desmedido detalle las estructuras vivientes del Ditriae-Corporum, en particular los techos abovedados repletos de volutas gelatinosas y húmedos cilios colgantes ávidos del fluido imprescindible para perpetuar la dinámica nebulosa del sistema.

Melissa no se mantuvo ajena al proceso de elaboración del excéntrico libro, ella misma preparó los pigmentos para colorear, y más aún, matizó de verde, de café, azul y rojo las partes correspondientes de las plantas, que además de parodiar la figura humana, sintetizaban los componentes moleculares del líquido verde-azul bajo los mitigantes rayos de un sol artificial, que estimulaba la sensación del devenir del tiempo. Donde justo el tiempo y el espacio eran una ilusión, un desvarío del pensamiento atrapado en las cuerdas arqueadas por la fuerza de los diáfanos abalorios del Corporum-esferae.

Varios folios del manuscrito los colmó de ilustraciones magistrales para representar la zona etérea y difusa, donde la nada era la saturación del todo, habitado en un laberinto de confusión que se extendía inmutable en todos los sentidos de nueve dimensiones compactas y homogéneas, como el aire que se comprime en los pulmones después de un hálito fugitivo, que permanece en la cavidad de un instante.

Gadea no escatimó en descripciones gráficas o simbólicas en el argumento del manuscrito subrepticio, que tal cual vio esculpido en los muros del castillo, y reprodujo de su prodigiosa memoria el texto con la fuente inescrutable de la escritura gadeana. La joven Ancarola no olvidó mencionar ni el más mínimo detalle, incluso realizó una ilustración con las cuatro torres centrales del Corporum-esferae donde atisbó desde las alturas a Ollg saludándole alegremente.

Melissa copió varias decenas de folios del manuscrito donde la tinta de la pluma de Gadea, goteó impunemente el pergamino en los albores de la madrugada al morir la emisión tenue de la candela. Y así, entre ambas concretaron la ardua labor de testimoniar los hechos acaecidos en una nanométrica fracción del universo, que ellas habitaron sin lugar a dudas a través de los mundos paralelos.

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IMPRENTA PAGOLO SIGNERE (cap. 23)



SU LÓGICA SE DERRUMBABA DESDE LOS CIMIENTOS

Se había hecho tarde, Ferdinán y Dafra se despidieron, estarían en México un par de días donde se habían quedado de ver con “el oriental”, el segundo investigador que se uniría al equipo y con el que viajarían esa misma semana a China. Pamela reconoció por un instante que la fortuna que había amasado su abuelo putativo Ernesto Thien, a lo largo de su vida en los almacenes Céfiro, no podía haber tenido mejor destino. Una emoción le embargaba, se vio al espejo y se sonrió complacida, por lo pronto las cosas marchaban de lo mejor.

Cuando se soltó el cabello que llevaba recogido con una cinta observó que le faltaba un pendiente, caviló en que momento pudo habérsele caído y le pareció que lo más razonable era buscar debajo de la cama, de no estar ahí tendría que esperar a que apareciera el arillo en cualquier lugar de la casa. Se asomó bajo el lecho y como a esa hora de la noche estaba bastante oscuro fue por la linterna. Trató de iluminar el sitio que consideró pertinente y se sorprendió que la lámpara no funcionara, después de varios intentos desarmó el fanal y se dio cuenta que no tenía pilas. Le pareció extraño pues recordaba haber estado leyendo la noche anterior con la luz de la linterna. La situación le pareció tan confusa que dudó haber pasado la noche en vela, así que tomó el libro y revisó el texto de la última página que estaba señalada. Leyó en voz alta los últimos renglones:

...ambas mujeres sentían sofocarse, la anciana respiraba con gran dificultad cuando llegaron a la boca del pasadizo secreto por donde se filtraban los rayos del sol.

Sin lugar a dudas recordaba perfectamente bien cada una de las palabras del escrito, pero justo en ese momento le asaltó a la memoria una frase que le había impresionado sobremanera, rebuscó con impaciencia las líneas y cuando las leyó nuevamente se quedó petrificada.

…vio a una mujer que parecía dormir. -Es Pamela, pronto la conocerás. –dijo la mujercita y desapareció...

Repentinamente sintió que su lógica se derrumbaba desde los cimientos. Discurrió que ella era la Pamela de quien se hablaba en el justo momento en que la veían dormir quinientos años después, mientras ella dormida leía un texto escrito hacía quinientos años, donde alguien que seguramente se refería a ella y al mismo tiempo la veía dormir, le aseguraba a otra persona que también la veía con exacta precisión, que pronto habría de conocerla. ¡Era terrible! nuevamente se encontraba frente a otra pasmosa sincronicidad.

Las cosas parecían sucederse juntas en el tiempo quebrantando todos los esquemas que fortalecían su modesta visión cosmológica. Algo estaba más allá de la percepción normal de sus sentidos, ella era al mismo tiempo observador y objeto observado, sintió por un momento vivir en un estado intemporal que se manifestaba como una revelación del tiempo. Se dio tregua y calma para ver las cosas tal como eran, y si una parte de su naturaleza esperaba ser descubierta quinientos años después, o si quinientos años eran un suspiro, o lo que fuera, eso tendría que ser. Así que se acomodó entre las almohadas de su cama y en la más desenfadada posición que encontró, continuó la lectura.

COMO ALMA EN PENA QUE LLEVA EL DIABLO

Gadea y Melissa no hablaron en lo absoluto de regreso a la hacienda donde ya las esperaba con ansia Apel. Los días pasaron inadvertidos y todo parecía transcurrir igual que siempre hasta que una mañana, durante su paseo matutino por el huerto, la joven Ancarola oyó que alguien le chistaba, volteó hacia el lugar de donde venía el insolente sonido, y vio agazapado tras una pila de ramas secas y troncos a un mozuelo que le hacía señas llamando su atención. Se aproximó con prudencia al chiquillo que sin mayor preámbulo ni esperar respuesta le entregó un envoltorio y al acto salió huyendo. Gadea volteó para todos lados tratando de ubicar el rumbo que había tomado el intrépido, pero éste había volado como alma en pena que lleva el diablo.

Con verdadera curiosidad al abrir el paquete encontró una obrita de Fábulas de Diógenes Laercio pródigamente encuadernada en pergamino color oro viejo. Alguien le había hecho llegar un libro, no sabía por qué y mucho menos tenía idea de quién. Envolvió nuevamente el libro y lo escondió entre sus faldas, se dirigió a su habitación y esperó la noche para leerlo a la luz de una vela. Una semana después cuando su abuela y su tía abuela hacían sus labores en el salón de costura, Gadea entró a la estancia y muy resuelta les preguntó.

-¿Han visto antes este paquete? Las dos mujeres visiblemente aturdidas se lanzaron miradas acusadoras la una a la otra. Intentaron hablar las dos al mismo tiempo, pero dominó la voz de Melissa que dijo casi entre dientes. –Sí.
-¿Me lo puedes explicar tiitameli? -¿O prefieres decírmelo tú yayita? Preguntó por segunda vez dirigiéndose a su abuela.
-Yo te lo puedo explicar hijita. –Dijo Apel muy afligida- Hace unos días vino el señor Antonello Guinelli solicitando nuestro permiso para visitarte.
-¿Quién?
- El comerciante extranjero. –Agregó Melissa.
-Que no es comerciante. –Aclaró Apel dirigiéndose a su hermana- Es impresor.
-¡Ah! ¿Y qué pasó después? -Le dijimos que le enviaríamos una respuesta oportuna con nuestro administrador y apoderado Don Vicente de Rusiñol.

-¿Y cuál fue la respuesta? Después de un largo silencio habló Melissa.
-El señor Guinelli no tiene buenas referencias, además de impresor hace naipes.
-¿Naipes?
-Juegos de suertes. –Dijo Apel casi susurrando.
-Nos informaron de buena fuente que en Italia los monjes arrojaron al fuego sus diseños al igual que “El libro del juego de las suertes” de Lorenzo Spirito que se realizó en la imprenta de su tío. Explicó con gran detalle Melissa.

-Pagolo Signere es su tío y es el dueño de la imprenta que se abrió aquí en Pollença hace medio año a dos calles del Mesón Mallorquín ¿Verdad Melissa? –Agregó Apel.
-Es por tu bien que nos hemos tomado este atributo, querida Gadea, no deseamos que te pase nada malo. –Dijo Melissa en tono de súplica. -Se los agradezco, ya tengo edad para cuidarme sola. Y díganle a Rusiñol que informe al señor Guinelli que seré yo la que visite la imprenta. Tan pronto se confirme la fecha quiero que se preparen porque iremos las tres.
-¿Las tres? Preguntó Apel tan quedo que no obtuvo respuesta.

SOBRE LA CALLE DEL OLIVO

Llegó el día señalado y muy temprano las hermanas Ferrater junto con Gadea salieron para Pollença. El día estaba pleno del aroma de los azahares y el cielo parecía trazado de una sola pincelada que revestía del mismo color las cálidas aguas del mediterráneo. Los campos cubiertos de verde se erguían bajo los rayos del sol, y los campesinos saludaban alegremente al paso del carruaje descubierto. Las abuelas vestían con sobriedad elegantes trajes beiges con camisas de seda rosada Apel, y gris perla Melissa. Las dos llevaban guantes de punto beiges y sombrillas del mismo color. Gadea lucía un hermoso vestido hecho para la ocasión en brocado de seda esmeralda, que hacía resaltar más sus grandes ojos aceitunados.

Era la primera vez que las tres mujeres acudían a una reunión que no fuera para asistir a un enfermo, a la iglesia o a un evento de caridad en el pueblo. Las hermanas Ferrater nunca se imaginaron que serían ellas las que acudirían a una cita, para verse con un hombre innoble señalado por el clero. Apel se persignó para sus adentros e hizo la señal de la cruz, sin que se dieran cuenta su hermana y su nieta. Melissa se mostraba escrupulosa por primera vez en su vida, Gadea estaba enamorada, eso cualquier madre lo sabe, aunque ella no lo sabía por experiencia propia, pero podía reconocer en el semblante de su hija la luz que sus ojos irradiaban.

Muy próximas al centro del villorrio y sobradas de tiempo Apel discurrió que le gustaría comprar flores para el altar de la virgen de la Asunción, Gadea y Melissa accedieron, pero la tía abuela en último momento dijo que prefería adelantarse a la iglesia para rezar unas plegarias, así que ella se bajó del carruaje frente al templo mientras que las dos mujeres, se siguieron hasta el mercado de las flores. En un reclinatorio de la capilla del Cristo Melissa oró con sincero recogimiento por su hija, permaneció unos momentos en esa actitud piadosa, hasta que los rayos del sol que se filtraban por los ventanales emplomados con vidrios de colores la inundaron de luz tornasolada.

La mujer se persigno y salió del templo y cómo no vio el carruaje, se siguió hasta la plaza de las Palomas donde buscó una banca bajo la sombra de un árbol. Aunque reconocía que desde chiquilla circunstancialmente Gadea solía hacer su voluntad, nunca había sido injusta ni obstinada, de tal modo no había de que preocuparse, sin lugar a dudas, la actitud de su hija no era otra cosa que una minucia pasajera.

Con el ánimo sosegado volteó a los alrededores tratando de ver su carruaje y justo en ese momento, del otro lado de la calle vio salir del negocio de lencería y pasamanería a la señora Inés Vicuña de Font, con su cuñada Anita, quienes cruzaban la acera acompañadas de sus respectivas hijas. Cuando las damas y sus encantadoras infantas pasaron frente a ella la saludaron afablemente. La rubia y más pequeña de las niñas le comentó a la otra. –Querida Nina ¿sabes que me gustaría ser de grande? Algo contestó Nina pero Melissa no lo pudo escuchar porque empezaron a ladrar unos perros. –Qué raro. –Pensó la anciana- siento como si esto ya lo hubiera vivido antes.

Trató de evocar sus confusos recuerdos, pero era evidente que en su memoria el tiempo y los sucesos se trastocaban, y ante cualquier tentativa de ordenar el advenimiento de sus extrañas premoniciones todo le parecía quimérico, permaneció absorta tratando de entender lo sucedido hasta que la sacó de sus reflexiones la voz de Gadea que la llamaba.
-Tiitameli, Tiitamel. Tan pronto como el carruaje arribó a la plaza, subió la anciana al coche que tomó carrera esquivando entre las patas de los caballos, a un par de perros enfurecidos que tras un enorme lebrel, se precipitaban a su babeante hocico que mordía un suculento hueso.

LAS ILUSTRES VISITANTES

Sobre la calle del Olivo colgado de un hermoso herraje se distingue un letrero, cuyo texto en notable estilo caligráfico, con letra fraktur dice “Imprenta Pagolo Signere”. Gadea lo vio a lo lejos y sintió un vuelco en el estómago. En la entrada de la casona el mozuelo portador de las Fábulas de Diógenes Laercio, aguardaba a las ilustres visitantes y tan pronto distinguió el carruaje dio aviso alertando al amo Antonello Guinelli, quién hizo las señas convenidas para dar inicio a la ceremonia de recepción.

El coche se detuvo y sin premura, disimulando cualquier indicio de exaltación, como cualquier respetable y distinguido gentilhombre, el mismo extranjero abrió la portezuela del carruaje, y con gran cortesía ayudo a las hermanas Ferrater y a Gadea a descender del coche. Una comitiva precedida por el controvertido Signere encaminó a las damas hasta la breve escalinata que daba acceso al patio central. Gadea detuvo la vista en el céntrico balcón del segundo piso que inundado de luz, era el punto focal de la rigurosa simetría entre los ventanales y las arcadas que enseñoreaban el conjunto de la edificación, erigida sobre el fundamento de una planta cuadrada. Más maravillada quedó con la fuente cubierta de azulejos y el estanque circular rodeado de jardineras y meandros, que invitaban a disfrutar del aire fresco bajo la plácida sombra de un vetusto olmo.

Desde ahí, Guinelli condujo a las señoras al primer salón de la imprenta donde se fundían los diferentes tipos. Los hombres diligentes veían a las mujeres de reojo, que interesadas en su labor atendían las explicaciones de Antonello. Apel vigilante, permanecía alerta a cualquier indicio censurable. Se había prometido no tolerar con su presencia la aprobación de algo indigno, que pusiera en boca del pueblo de Pollença en tela de juicio su buen nombre. Rebuscó algún posible barrunto hasta en las modestas cajas repletas de letras metálicas, que habían sido vaciadas al revés. Husmeó incluso en las ropas viejas y desgastadas que se escondían bajo el guardapolvo de los fundidores, afanados con esmero en el llenado de los moldes. Escarbó con la mirada cada uno de los rincones de las salas, donde las pieles de carnero eran convertidas en tersa vitela. Se cubrió con un pañuelo la nariz para no oler las sustancias corrosivas, ni aspirar el polvo de la cal, ni los pelos que volaban vaporosos del cuero de los animales, hasta caer livianos bajo los recovecos de pesados bastidores.

La viuda de Ancarola se cuidó bien de no pisar los cerros de trapos y paños viejos dispuestos en el piso, para la elaboración del pergamino y el papel. Melissa la sintió incómoda, no obstante le hizo un ademán para que guardara el pañuelo, cosa que hizo al entrar a la sala de los cajistas, donde se elaboraban las planchas con los tipos. Aunque no por mucho tiempo, ya que tan pronto sintió el olor rancio del aceite de linaza, hervido y coloreado con pigmento de humo, justo a la entrada propiamente dicha de la imprenta, dio tremendo estornudo que no pudo evitar limpiarse la nariz con sonoro estropicio.

El silencio se hizo en la sala por unos segundos, después de los cuales los impresores continuaron con su oficio, acomodando los pliegos, entintando las planchas, manejando la prensa y vigilando el correcto secado de la tinta. Menos turbada se sintió en la sala de encuadernación donde se cosían las hojas de los libros, y se les pegaban elegantes y vistosas pastas. Habían dado la vuelta al pasillo del patio central, y cuando por fin creyó dar por concluida la mal lograda visita, Antonello Guinelli explicó que la imprenta como un invento de la época, aún no conseguía desplazar el gusto y las exigencias de la mayoría de los monasterios cristianos, o de un buen número de opulentos letrados de la nobleza, quienes por encargo solicitaban la elaboración de manuscritos. Decía esto al tiempo que les indicaba el acceso de las escaleras que conducían al segundo piso.

LA SALA DE LOS COPISTAS

Las tres mujeres entraron a la sala de los copistas donde el silencio, la limpieza y el orden imperaban. Esta enorme habitación, scriptorium del artista, trasmitía la misma serenidad y el recogimiento de cualquier sacrosanta abadía. Melissa contempló con nostalgia a los virtuosos que sentados frente al atril reproducían cada letra, cada palabra, cada pensamiento cabal de toda una obra, que habría más tarde de ser ilustrada al guaché, con témpera de huevo en esa primitiva forma oleosa para resaltar las ideas, que toman forma en el resquicio de la imaginación. Se vio ella misma, joven e ingenua frente al manuscrito del Magister Prinio Corella.

Un profundo sufrimiento estrujó su corazón, habían pasado más de cuarenta y cinco años y por primera vez lamentó con toda su alma haber destruido el original. Cruzó por su mente la infame idea de haber silenciado los fundamentos de la Magna Obra. Por unos instantes cerró los ojos y pidió perdón. Perdón por haber escrito una clave tan equívoca en el laude de la inscripción sepulcral. Misericordia por haber reformado el manuscrito de Corella con una parte igual de texto, aunque estaba consciente de no haber añadido, modificado o quitado nada de su esencia, no obstante… ahora estaba segura que su expresión había sido tan enmarañada que había destinado la obra del Magíster a la noche oscura del olvido.

Gadea la tomó del brazo cuando se percató que había lágrimas en las mejillas de su tía abuela. La anciana esbozó una sonrisa apacible y por un instante creyó ver en los ojos claros de su hija el rostro del hombre que debió haber sido su padre. Pero no, no tenía la menor idea de sus rasgos, era tan solo un mal recuerdo hace mucho tiempo desterrado. El corazón se abandona al sufrimiento y fortalece el espíritu con los años, aunque deja una coraza impermeable que lo insensibiliza todo, hasta la más elemental demostración de los buenos afectos. La madre y la hija siguieron a Guinelli quién se había adelantado con Apel, ambas mujeres se hicieron un guiño cuando vieron a la abuela ensimismada con el extranjero en franca conversación, pues la sala recientemente visitada si era de su agrado.

No obstante, la biblioteca resultó ser el lugar predilecto de las mujeres que pudieron hojear muchos libros, no se cansaban de decir lo maravilladas que estaban con las magníficas ilustraciones, y las tapas de fina piel grabada en su mayoría con letras doradas. Antonello Guinelli supo darle un toque mágico al feliz momento relatándoles, que tales o cuales libros habían sido copiados para los servicios litúrgicos de la diócesis del obispo de Paris, como la Magna Glossatura o el Setentiarum Libri IV, al igual que la Summa Theologiae, esta última obra muy requerida para la biblioteca papal, y los monasterios de la orden Benedictina y el de Sahún.

Aún no terminaba de decir que para la biblioteca de Carlos VII, y Luis XI así como para la colección particular del rey de Aragón y la biblioteca de Alfonso X, y de otros tantos hombres ilustres que le resultaba tedioso enumerar, se habían copiado o impreso obras de Vitrubio, Virgilio, Ovidio, Marcial, Juvenal, Horacio y de gran cantidad de pensadores, científicos y sabios que habrían de cambiar el mundo al llevar a todos los rincones el conocimiento humano. Antonello había tomado carrera y estaba a punto de enumerar otra retahíla de nombres cuando Gadea lo interrumpió.

–Me interesa un libro.
-Estupefacto y a la vez muy complacido tardó en responder y con voz pausada dijo- Me puede indicar que libro le interesa.
-Aún no lo sé, dudo si las Epistolas Familiares de Cicerón o el Cancionero de Petrarca. -manifestó  señalando ambos ejemplares que se encontraban sobre una mesa y agregó- Me parece que debo empezar con algo sencillo.
-Son obras magníficas y de fácil lectura, estoy seguro que cualquiera de las dos las va a disfrutar mucho. –Aseguró el extranjero en tono circunspecto y de inmediato le preguntó.
-¿Desea la obra impresa o prefiere un manuscrito?
-Ninguna de las dos.
-¿Ninguna de las dos? Dijeron los tres al mismo tiempo.
-Yo misma copiaré el libro, espero que usted tenga tiempo y voluntad para enseñarme, se le pagará bien por sus servicios. Guinelli aceptó de mil amores y en poco tiempo el salón de costura se había transformado en el espacio impoluto que cualquier honorable copista podría anhelar.

LEER EL CAPÍTULO 24

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EL MUNDO CUÁNTICO (capítulo 22)



NÁKOREEN” EL PIONERO ROBÓTICO

Sobre el Puerto de Turritela una franja anaranjada en el cielo, anunciaba el crepúsculo matutino frente a las aguas del Golfo de México, en tanto que el sosiego de la aurora contrastaba con las olas del mar, que se agitaban con furia sobre la playa. El moderado viento del amanecer en breves instantes se había convertido en tremendo ventarrón, arrastrando con todo lo que se encontraba a su paso. Montones de arena golpeaban sobre los cristales de la casa de la playa sin que Pamela se percatara de ello, pues el rugir del viento mitigaba los sonidos habituales como el ruido de la cerradura, que un sujeto con la cabeza cubierta accionaba en la entrada principal de la residencia.

El hombre abrió la puerta y tras de él tres personas enfundadas hasta las orejas penetraron presurosas al vestíbulo, que en unos segundos había quedado tapizado de fina arenilla. Cuando Ferdinán se despojó del rompevientos que traía puesto, vio a Pamela profundamente dormida en la sala. Se aproximó a ella con gran sigilo para no despertarla, pero en ese instante la señora Perilló abrió los ojos y se arrojó a los brazos de su esposo.

-Fer, mi amor ¿por qué no me hablaste?
-Quería darte una sorpresa -Me encantan tus sorpresas. -Dijo Pamela- visiblemente apenada al tiempo que se componía el cabello y se alisaba la ropa que llevaba puesta del día anterior.
-No te preocupes pequeñita aún es temprano, que te parece si te arreglas mientras Yara y Romelia preparan el desayuno. Te adelanto que tenemos mucho que celebrar. ¡Ah! y otra sorpresa… tenemos visita.
-¿Alguien que conozco?
-No, le dio un beso –y le dijo- la cita es en la cocina.
-¿Me trajiste lo que te pedí? -Alcanzó a decir Pamela cuando ya se retiraba Ferdinán.
-Sí, no te demores preciosa.

Pamela colocó un separador de papel hecho a mano que había adquirido en alguna tienda de artesanías para indicar la página de su última lectura. Cerró el libro y lo depositó con esmero en una cómoda de la recámara, puso orden en la mesa y guardó la linterna en un mueble de la sala. Una hora después hacía su aparición en el lugar acordado por Fer. La madre y la hija la saludaron de forma cordial desde la mesa de servicio, donde daban los últimos toques a la presentación de los platillos que se disponían llevar a la mesa del ante-comedor. Ferdinán se levantó y le dijo señalando a un sujeto que llevaba puesta una cachucha de los Medias Rojas de Boston.

–Él es Nicholas Dafra.
-Hola Pamela –dijo el invitado en tono muy amistoso- yo sé mucho de ti por lo que me ha contado Ferdinán y supongo que querrás saber algo de mí. Bueno, soy ex alumno del MIT, músico de medio tiempo, cocinero por vía genética, circunstancialmente hacker, criptólogo aficionado y anarquista de tiempo completo.
-¡Ah! Grandioso, mucho gusto.
-Se le olvidó decir que es filósofo autodidacta y un genio en Inteligencia Artificial. -Añadió Ferdinán muy satisfecho.
-Romelia sírvanos por favor. -Ordenó Pamela sin hacer ninguna observación al último comentario de Ferdinán.

-Supongo que también eres geek. –Agregó Pamela sin preámbulos.
-Reconozco que me enloquece la tecnología y que a veces puedo parecer un pirado informático. Pero no creo encajar estrictamente en el contexto geek.
-¿No te sientes geek porqué te consideras hacker circunstancial? -Le preguntó Pamela con verdadero interés.
-No me siento geek porque no me lo he propuesto. Lo de hacker se dio porque al papá de un amigo lo involucraron en un penoso asunto ilegal a través de Internet, yo logré esclarecer el problema accediendo a toda clase de archivos de los facinerosos, salieron muchos trapos al sol y mucha gente inocente se vio afectada.
-Entiendo. –dijo Pamela.

Ferdinán pensó que era el momento de intervenir, así que consideró que un buen tema de sobremesa sería hablar sobre la financiación del proyecto de investigación, con el que se pensaba llegar a algunas áreas del conocimiento por el conocimiento mismo. El objetivo era harto arriesgado ya que carecía de aplicación práctica. La intención era establecer niveles de abstracción que posibilitaran formulaciones hipotéticas, que podrían utilizarse posteriormente en el desarrollo y progreso científico, para el mejoramiento de los seres humanos.

El café se sirvió en la sala en un ambiente más cordial y relajado, Pamela confiaba por entero en el buen criterio de Ferdinán, por lo que juzgó necesario de su parte creer en la capacidad de Dafra. Fer habló sin mucha formalidad del tema de los juegos y juguetes inteligentes que soportarían la base económica del proyecto de investigación.
-Nuestro pionero robótico en el reino del mundo infantil es “Nákoreen”. –Dijo Fer sacando el prototipo de un empaque muy gracioso y elocuente respecto a su contenido.

El ratón mecánico era sin lugar a dudas un hermoso robot con bigotes de alta tecnología. En otro compartimiento de la caja había un buen pedazo de queso artificial. Ferdinán le entregó el queso a Pamela -e inmediatamente le dijo- escóndelo en cualquier lugar del piso de la casa. Pamela se retiró con la vianda mecánica y la colocó en su habitación debajo de su cama. Cuando regresó a la sala Fer le entregó a Nákoreen. El simpático roedor ya estaba activado, así que Pamela lo puso en el suelo cerca de sus pies y de inmediato el ratoncillo se alejó del lugar, haciendo simpáticos molinetes por toda la habitación.

En ese momento los tres se transformaron en niños que seguían con ojos encantados los correteos ágiles del robot. Movieron las mesas de centro, las sillas del comedor, un par de lámparas de piso y todo lo que pudiera interrumpir el paso del recorrido inteligente de Nákoreen, que en pocos minutos, muy a pesar de sus esfuerzos por entorpecerle el camino, no tuvieron más remedio que seguirle hasta el interior del dormitorio. Cuando el ratón se introdujo debajo de la cama, Pamela, Ferdinán y Dafra se agacharon lo suficiente como para meter más de la mitad de sus cuerpos bajo el lecho. Así pudieron ver como Nákoreen sentado en sus patas traseras, tomaba un pedazo de queso y lo agitaba entre sus manos al tiempo que decía “el queso es mío”.

Los tres tumbados en el piso celebraban con risas la robótica hazaña mientras Romelia, que había entrado a la habitación para guardar una ropa repetía para sus adentros. -¡Qué juventud la de ahora! Los tres adultos transportados por un instante a su infancia regresaron a la sala, tras el ventanal pudieron ver a un intrépido en la playa, que trataba de permanecer de pie asido a una palmera frente a los vientos huracanados de más de 130 Km. por hora. Era un poco más de las dos de la tarde y para amenizar la plática Ferdinán puso música de Enya y sirvió tequila, Pamela trajo unos platos con queso, aceitunas, pan y carnes frías. De una carpeta Fer sacó unos papeles que le entregó a Pamela, donde se mostraba una relación detallada de los productos que darían lugar a la prometedora industria de juegos y juguetes “Makine”, con los que se estipulaba capitalizar el proyecto de investigación.

JUEGOS DE INGENIO Y AZAR

El señor Perilló pretendía llegar más allá del propósito lúdico como una actividad innata e inseparable de los seres humanos, desde su infancia hasta la vejez. Él quería hacer del juego una metáfora amigable para la expansión de la inteligencia, sus herramientas eran muy simples, estimular el desarrollo de las habilidades del pensamiento a través del símbolo y la capacidad asociativa, para generalizar respuestas mentales de alto nivel, algo que de suyo podía ya observarse en los pequeños de hasta tres años, que sabían manejar con bastante destreza juegos elaborados para la computadora. Entre sus aliados contaba por supuesto con los sistemas expertos, aunque le quedaba claro que Nákoreen aún no podía conseguir el camino más corto para llegar a su destino, ni siquiera entendía el porqué de su destino, no obstante, sí podían los niños y las niñas encontrar en el juego, una nueva forma de relacionar la ciencia con los objetos de su mundo cotidiano.

Frente a una necesidad creada del siglo XXI advertía un mercado potencial, que no excluía en lo absoluto a los adultos para los que había diseñado con la más alta tecnología, sofisticados juegos de ingenio y azar. Por lo pronto no descartaba la posibilidad de celebrar un jugoso convenio con McDonalds, un gigante de la comida rápida y con las grandes empresas de distribución mercantil, donde sin lugar a dudas le quedaban muy claras las reglas del juego a nivel mundial, así que estaba seguro de salir a flote en su propio barco navegando junto a Mattel, Hasbro, Bandai, Tomy, Lego y otros grandes del ámbito juguetero.

Muy pronto los juegos y juguetes de Makine estarían en todos los Wal-Marts, Toys “R” Us, Carrefours etc. Y aunque las etiquetas de sus productos decían “Made in China”, algunas piezas y componentes venían de Japón, Taiwán, Arabia Saudí, Estados Unidos y Europa. De estos dos últimos lugares se adquiría la mayor parte de la maquinaria, los moldes y las herramientas. Hong Kong entregaba el material en crudo a las factorías chinas, quienes posteriormente recogían la mercancía y la fletaban a los países de destino. La producción de juguetes estaría muy globalizada, de tal modo Makine no poseería ninguna fábrica o sitio de producción en ninguna parte del mundo. Desde un piso de oficinas en la ciudad de México se administraría la compañía juguetera, de tal modo la casa de las gárgolas permanecería como un bunker intocable para la investigación.

Después de hablar durante largo rato sobre logística, marketing, patentes y demás temas, Dafra abrió su lap top y dijo –Es hora de jugar. Pasaron a la mesa del comedor y ya dispuestos –agregó- falta una persona ¿nos puede acompañar la chica de la cocina? –solicitó amablemente a Pamela.
-Sí, claro. –Respondió la mujer, e inmediatamente se levantó y fue al estudio donde Romelia y su hija veían un programa de televisión.
-¿Yara puedes venir un momento?
-Sí señora. –Dijo la muchacha quién se sentó en la mesa frente a su patrona.

Nicholas Dafra repartió a cada jugador un pequeño tablero o comando que contenía nueve botones de un color diferente cada uno, más una serie de teclas que permitían escribir el nombre de cada participante, debajo de un marcador que indicaba el número ciento ochenta, y un panel que prometió explicar su funcionamiento sobre la marcha. Seguidamente colocó en el centro de la mesa una caja cuadrada de treinta por treinta centímetros y apenas unos seis de alto, en cuya superficie se veía tan sólo un cristal translúcido.

Dio por iniciado el juego al oprimir un botón de su comando, de inmediato surgieron de la superficie nebulosa de la caja seis cubos de colores de un aspecto tan inusual, que Pamela no resistió las ganas de tocarlos, pero sus dedos se encontraron solo a sí mismos, al mismo tiempo Yara intentó tocar los cubos y con gran arrebato apartó su mano al no sentir ningún cuerpo entre sus dedos.

-Como lo habrás adivinado pequeñita, es una trampa holográfica controlada por una sencilla computadora. –Le dijo Ferdinán a Pamela con una sonrisa de oreja a oreja.
-Pues si que nos han tomado por sorpresa. –manifestó la señora Perilló quién aún se frotaba las manos con agradable desconcierto. Yara había enmudecido y sólo atinó a cubrirse la boca con sus manos.
-No temas Yara, esto es tan sólo un juego.
-No me asusté señora Pamela, es que no sé si están o no están los cubos.
-Por lo pronto digamos que tus ojos pueden ver lo que tu mano no puede tocar. -Le dijo Nicholas a Yara. Y le aseguró explicárselo con gran detalle un día.

-Los cuatro vamos a jugar contra Baricoke, es decir contra el personaje que nos muestra sus seis cubos de colores –añadió Dafra y continuó sus explicaciones- Ahora nosotros debemos conjeturar cuáles colores exhibirá en la próxima jugada Baricoke, de los nueve que tenemos en la caja de comandos. Así que observen bien los que ha elegido en esta ocasión, para establecer un argumento que nos pueda ser útil en nuestra próxima elección.

-¿Quedó claro? –preguntó el joven de la cachucha. Y como todos asintieron incluyendo Yara –agregó- bueno, opriman solo tres colores de los nueve de su tablero que crean nos mostrará Baricoke. Yara veía a Pamela de reojo y a los otros dos jugadores que se mostraban muy seguros con su caja de comandos. Cuando Dafra se percató que la chica había seleccionado sus tres colores les dijo, ahora opriman el botón “aceptar”, de inmediato desaparecieron y volvieron a aparecer, nuevas imágenes holográficas de los seis cubos con distintos colores. En el panel de cada comando se mostraban los siguientes resultados: Pamela sólo pudo acertar un color, por lo tanto había perdido cinco puntos de los ciento ochenta, así que su record registraba ciento setenta y cinco puntos. Fer y Yara habían perdido 6 puntos, es decir, no le habían atinado a ningún color y Dafra había perdido solo tres puntos. -Lo siento –dijo Nicholas- tengo más práctica que ustedes.

El juego continuó llevándose a cabo el puntaje tal y como se lo había explicado Pamela a Ferdinán, en una ocasión por teléfono, solo que en vez de ganar puntos se perdían de una base de ciento ochenta. Por otra parte Baricoke jugaba independientemente contra cada jugador, sólo que él perdía la misma cantidad de puntos que el jugador atinaba en la elección de sus colores, de tal modo con el acierto de tres colores de Dafra, el jugador holográfico había perdido frente a Nicholas tres puntos. El juego terminó cuando Ferdinán perdió todos sus puntos quedando en último lugar, el cuarto lugar fue para Yara con sólo diecisiete puntos, en tercer lugar Pamela con treinta y tres puntos y en segundo lugar con sesenta puntos a su favor el joven de la cachucha, que escuchó al igual que todos, a una voz robótica que anunciaba al final del juego. -“gana Baricoke seguido de Dafra”.

-¿Es posible que alguien pueda ganarle al Baricoke? –preguntó Pamela. -Establecer una predicción al cien por ciento o muy aproximada mediante el pensamiento humano lo creo imposible por ahora –dijo Nicholas- estoy trabajando en un modelo de contra-Baricoke cuántico, un personaje provisto de IA que nos pueda garantizar el cincuenta y uno por ciento de aciertos, cantidad suficiente para ganar con una mínima ventaja, aunque estoy seguro que esto me puede llevar bastante tiempo. Por lo pronto he experimentado con sujetos ciegos y no, es decir, con personas que eligen sus tres colores como lo hemos hecho nosotros y con personas que no ven los colores del Baricoke, notoriamente las personas que ven los colores tienen muchos más aciertos que las que no lo ven.

-¿Crees que se pueda desarrollar un método o estrategia de juego que te garantice el mayor número de aciertos? –preguntó Ferdinán.
-Por supuesto, yo lo he aplicado ahora, pero aún tengo muchas dudas y necesito afinar muchos detalles. No sé si sea demasiado impetuoso de mi parte aseverar esto, pero pareciera que Baricoke hace “trampa”
-¡No juegues! Dijo Pamela lanzándole a Ferdinán una mirada un tanto irónica.
-¡No! no es broma, es algo muy serio. Veámoslo como un fenómeno cuántico ajeno a la realidad local, bajo estas circunstancias debemos entender que existen conexiones misteriosas entre los pensamientos de los participantes, en este caso, de nosotros. –dijo esto con cierta precaución temiendo agregar la siguiente frase- Es como si hubiésemos intercambiado información a la velocidad de la luz con Baricoke sin nosotros saberlo.

-¿Quieres decir que Baricoke hace trampa “porque puede ver, detectar o percibir” la elección de los jugadores? –preguntó en tono solemne Ferdinan.
-Me temo que sí… Imaginemos lo siguiente –dijo Dafra recargando su cabeza sobre su mano izquierda, al tiempo que levantaba la mano derecha señalando algún punto desconocido- Hay cuatro jugadores, por comodidad asignaré a los colores números del uno al nueve.

El jugador A escoge el 3, 2 y 1.
El jugador B selecciona el 1, 4 y 5.
El C el 6, 3 y 5 y por último el D el 3, 2 y 1.
Si Baricoke quiere ganar tendría que escoger el 7, 7, 8, 8, 9 y 9 quedándose a su favor todos los puntos. O tal vez, cualquiera de estos tres números repetido seis veces. Otra posibilidad menos drástica de Baricoke sería seleccionar 7, 8 y 9.
De los números restantes seleccionaría el 6 y el 4 porque entre los cuatro jugadores estos dos últimos números sólo fueron elegidos una vez.
Ya tiene cinco números, le falta uno, si quiere poner un número diferente tendrá que seleccionar entre el 5 o el 2 ya que ambos números sólo fueron seleccionados entre todos dos veces. Pero seguramente optaría por el 2 porque el jugador C tiene entre sus números el 6 y el 5.

-En resumen -dijo Pamela- si Baricoke escoge 7, 8, 9, 6, 4 y 2 cada jugador ganará solamente un punto.
-Que para Baricoke no es ni siquiera un rasguño –aclaró Ferdinan.
-Se me ocurre experimentar una estrategia de pensamiento colectivo (EPC) para intimidad a Baricoke –manifestó Dafra ajustándose la cachucha- debemos crear estados superpuestos que apunten a una realidad concreta.

-(Silencio colectivo) Finalmente preguntó Pamela –¿cómo es eso? -No veamos a Baricoke como un modelo macroscópico. Tenemos que internarnos en el mundo cuántico ajeno a eventos reales. Sé que no es fácil, pero imaginemos por un momento un mundo de acción donde todo fluye como una tendencia que no se concreta. Que no ocurre, son simplemente tendencias que están en constante movimiento, son posibilidades de algo que cuando se manifiesta es que ha surgido de las posibilidades preexistentes del mundo cuántico, de las potencias a través de la energía del pensamiento.

-Parece simple –murmuró Pamela -Perdone por interrumpir –dijo Yara que no había abierto la boca para nada.
-¿Baricoke piensa?
Todos rieron, después se hizo el silencio que rompió Dafra cuando dijo –Es posible Yara, todo hace suponer que estamos empezando a crear un puente que atraviesa los mundos de la mente y la materia, de la física y la psique. Estamos tentados a creer que hay una cierta relación del observador con el mundo observado, pero la realidad es que hay muchos mundos y no todos pueden emerger al mundo macroscópico.
-Te dije que también es filósofo –sentenció Perilló poniendo punto final a la conversación.

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CORPORUM ESFERAE (Capítulo 21)



EMPEZARON A LADRAR UNOS PERROS

A media mañana dejó de llover y sobre un charco de agua a los pies de Melissa aleteaba una graciosa libélula. Ella se distraía con el insecto cuando escuchó la voz de Nina Font quien se aproximaba a la plaza en compañía de su prima Pilar. Ambas mujeres se detuvieron frente al frondoso árbol. La de voz alegre y cantarina le dijo a la otra. -Querida Pilar ¿crees que debería bordar de café las carpetas del sillón de papá? Algo contestó Pilar pero Melissa no lo pudo escuchar porque empezaron a ladrar unos perros. -¡Qué raro! –pensó la anciana- Nina nunca ha querido hacer labor de punto.

Pamela profundamente dormida en el sillón no se percató que la luz había llegado. Sobre la mesa de centro el libro mudaba sus páginas y lentamente las historias del Ditriae-Corporum cobraban forma en su sueño, así las estrellas congregadas en un círculo giraban entonando un rumor de agua en la espesura del bosque.

AQUÍ NO FUNCIONAN ESOS APARATOS

Gadea salió del castillo haciéndose la misma pregunta. Veía hacia el edificio central tratando de encontrar la respuesta, completamente desorientada metió las manos en las bolsas de su falda, levantó los hombros y su cabeza y vio el firmamento durante un buen rato. Así pudo observar que en vez del intenso sol matutino, solo quedaba en el cielo una línea luminosa de un brillo inusual que se elevaba de extremo a extremo del horizonte, también se percató que la irradiación se hacía más intensa en la zona central del Ditriae-Corporum, precisamente en el lugar donde sobresalían cuatro enormes torres y de donde se emanaba una bruma tan tupida, que al contacto con la franja luminosa parecía liberar de tanto en tanto, una especie de volutas o esferas que se alejaban violentamente, suscitando estrepitosos relámpagos.

Gadea se estremeció agitando sus manos en el interior de las bolsas de su falda que comenzaba a deshilacharse, en ese instante advirtió un objeto extraño, era el cuadrante que le había vendido el extranjero en el puerto de Pollença. La pequeña caja de oro reluciente permanecía intacta. La abrió e intentó ajustar el torzal para localizar la sombra proyectada en los números del reloj, pero fue completamente inútil, nada en ese lugar proyectaba ni siquiera una leve silueta, en cambio la aguja de la brújula giraba sin ton ni son de forma completamente desordenada.

-Aquí no funcionan esos aparatos.
–Escuchó decir a Ollg que se aproximaba, y será mejor que te apures porque te queda poco tiempo.
-Aún no sé como llegar al Corporum-Esferae.
-Sígueme. –dijo la mujercita- o será demasiado tarde. Las dos mujeres caminaron galopantes por el sinuoso camino que continuaba frente al castillo y que Gadea en un principio acertadamente había elegido. Un edificio marcaba el final de la avenida, Ollg accionó el mecanismo consabido y penetraron a un descomunal recinto, donde se podía apreciar el intenso ajetreo derivado de una rara actividad.

De enormes tubos ensamblados hasta el techo, como los que había visto en la sala del castillo, salían y entraban un buen número de mujercitas. La compleja cañería con canalones abiertos de tramo en tramo, parecía ser inspeccionada meticulosamente. Las damiselas con portentosa destreza y sin ninguna protección, se sostenían en vilo en las alturas vigilando el libre fluir del valioso líquido. Gadea supuso que más que vigilar el funcionamiento de los conductos, las mujercitas debían realizar otra acción primordial, pues el líquido que caía en los canalillos superiores era de un tono azul, y al llegar a las albercas del piso inferior en el que ellas se encontraban, se tornaba de verde intenso.

El rumor de la caída de agua era el único sonido que Gadea podía reconocer, y aunque escuchaba claramente una resonancia monótona como de cuerdas a ratos intensamente aguda, no pudo identificar el origen de la crispante vibración. Mientras que Ollg hablaba con otra mujercita, Gadea aprovechó para ver con detenimiento el diseño del techo abovedado que mostraba en bajorrelieve al centro, una estrella de seis picos entre los cuales se iban intercalando algunos textos entre las tuberías verdes y azules. Las descripciones que la joven Ancarola leyó aunque eran breves, eran más que elocuentes y relataban de manera sucinta, como las damiselas dotaban de ímpetu a la quimérica edificación que sorprendentemente, tenía la apariencia de un descomunal y monstruoso ente vivo.

Ollg se aproximó a Gadea acompañada de la mujercita con la que hablaba. -Ollaeg te indicará el camino. –dijo brevemente su anterior acompañante- y se despidió. Ollaeg era aún más pequeñita y tenía el vientre muy abultado, era risueña y nada antipática. De un brinco la mujercita se metió a una alberca de agua verdosa e invitó a Gadea a seguirle. Mientras avanzaban a través de la alberca, la poza se estrechaba cada vez más hasta convertirse en un tubo torcido y esponjoso que las iba succionando lentamente hasta arrojarlas a otra alberca de agua completamente azul. Salieron de la piscina y caminaron por un largo pasillo de grandes arcadas. Gadea reconoció de inmediato la proximidad del sonido relampagueante de las esferas.

-¿Tal vez no encuentres mucha semejanza con la vida que tu conoces con este lugar? –dijo la pequeña mujer.
-Es verdad y por más que intento me cuesta trabajo entender. Ni siquiera sé dónde está este lugar ni por qué estoy aquí. –dijo Gadea- incitando la conversación.
-Este lugar está en cualquier sitio que pienses y es tan pequeño, que pueden caber cientos de miles de lugares como este en la palma de tu mano.
-Ahora entiendo menos. –dijo Gadea manifestando gran desconcierto.
-Es muy simple, obsérvate en tu casa viendo un minúsculo polvillo en la palma de tu mano, es muy probable que tú te encuentres simultáneamente en el interior de esa partícula de polvo.
-¿Cómo puedo estar en dos lugares al mismo tiempo? ¿Y en algo tan pequeño como una brizna insignificante?
-No necesariamente dentro del polvo, sino en el interior de la nada. Y por supuesto, en dos, o tres o cuatro lugares al mismo tiempo. –Dijo Ollaeg visiblemente convencida.
-Eso es ridículo. -Chasqueó Gadea. ¡Qué lío! No entiendo nada, al menos me puedes explicar algo muy simple.
-Si, pregúntame.
-Perdón por preguntar, pero ¿Por qué están desnudas?
-Nosotros somos fases de energía y no necesitamos nada de lo que hay en tu mundo convencional. Tú nos has recreado en tu mente y nos has concebido de esa forma. –dijo la mujercita quién había activado el acceso a una fantástica cámara, donde nada representaba la construcción orgánica que caracterizaba a todo el resto del Ditriae-Corporum.

INCONMENSURABLE ABISMO

En ese lugar todo era cristalino y de apariencia por demás intangible. Avanzaron penetrando sin dificultad por densos paneles transparentes, que parecían no tener fin y que de tramo en tramo, daban la sensación de encontrarse colocados, de la misma forma al igual que las paredes, el techo y el piso, provocando una desagradable sensación de vértigo. Gadea se sintió desfallecer y cayó al piso, temiendo que éste se abriera arrojándola a un inconmensurable abismo. La sólida superficie del suelo mitigó sus temores.

Intentó levantarse cuando se percató que no tocaba el piso con sus manos sino una pared cristalina, y pudo ver tras de ella una imagen que le era harto familiar, tan familiar como la plaza de las Palomas que tan bien conociera, y tan amada como la imagen de su tía abuela, que por alguna inadmisible razón, la veía prisionera entre las ramas de un árbol. -Tiitameli, ¿qué haces ahí? ¿Dónde estás? –dijo Gadea tratando de llamar su atención.

-No puede escucharte, está atrapada en un bucle del tiempo.
-¿En qué? –Preguntó Gadea muy alarmada- ¿Y qué está haciendo ahí?
-Está presenciando lapsos de eventos coyunturales.
-¡Qué buena mojiganga! –gritó Gadea cerrando los ojos. Iba a plantearle otra pregunta a la mujercita pero al levantar la vista, descubrió que el panel de las imágenes se había disipado y en su lugar, tan nítido como el reflejo en la bruñida superficie de un espejo, vio a una mujer que parecía dormir. -Es Pamela, pronto la conocerás. –dijo la mujercita y desapareció.

EN MEDIO DE LA NADA

Gadea de forma súbita se encontró totalmente sola en medio de la nada. La envolvía el más absoluto vacío y el más tétrico silencio, una aparente espesura de cristales la rodeaban por todos lados, sin presuponer que tras de ellos pudiera existir algo. Esperó un rato sin moverse con la esperanza de que ocurriera cualquier cosa, que le indicara que el Corporum-Esferae existía y que ella podría salir por ahí. Sin obtener respuesta a sus anhelos caminó, simplemente caminó, enfilando sus pasos con movimientos mecánicos sin rumbo fijo. Avanzó atravesando los paneles sin que nada cambiara. Transitó varias veces hacia los lados, hacia adelante y hacia atrás. Nada cambiaba, todo permanecía exactamente igual, incluyendo el techo y el piso.

–¡Lo que busco puede estar arriba! –Se dijo mirando a lo alto- ¿Pero cómo llegar? -Se preguntó- No podía calcular la distancia, ni siquiera tenía idea de que arriba estuviera lejos o cerca. Se le ocurrió aventar su capa para darse una idea y -¡oh sorpresa!- el manto se adhirió al techo. Esperó un rato a que la capa cayera, pero su intrépida prenda descansaba de lo más natural. Sin dudarlo ni un momento, se impulsó y de un certero brinco fue a parar justamente arriba. Estando en esa nueva posición dudó si arriba era abajo o abajo era arriba, o lo que fuera pues todo era exactamente igual.

Con imperturbable ecuanimidad se puso de nuevo la capa y decidió avanzar hacia arriba, hacia abajo, a los lados, a donde fuera hasta que se le acabaran reventando las piernas. De súbito se frenó, quedó paralizada al reparar en un sonido como de objetos que colisionaban. Volteó para todos lados y aunque no percibió absolutamente nada extraño, pudo advertir que el sonido de tanto en tanto era más intenso. No tardó mucho en descubrir que estaba justo adelante del Corporum-Esferae, que cada vez se hacía más nítido frente a sus incrédulos ojos.

Gadea se secaba las lágrimas de felicidad mientras observaba la loca carrera de las esferas que iban y venían, chocando con una especie de contrafuerte. Se dio cuenta que eran cuarenta y cinco esferas de cinco colores diferentes, de tal modo había nueve esferas de cada color. También observó que el contrafuerte estaba coloreado en cinco secciones compactas con los mismos colores que las esferas. Durante largo rato no le quitó la vista al asombroso mecanismo. Con gran regocijo reconoció que cada una de las nueve esferas del mismo color, estaba marcada respectivamente en riguroso orden ascendente, con nueve letras idénticas de la escritura que conociera en los textos del Ditriae-Corporum. De tal modo se dio cuenta que si la esfera "azul gae", golpeaba el contrafuerte "azul gae", se generaba un violento y aparatoso relámpago. Más aún, pudo distinguir que cuando una esfera chocaba con el contrafuerte correspondiente, al mismo tiempo que ocurría el relámpago se abría una compuerta, dejando pasar una impresionante luminosidad.

Del lado donde ella se encontraba, al retornar las esferas por alguna extraña circunstancia, estas se agrupaban por su color en riguroso orden ascendente, formando una larga línea que mostraba cuarenta y cinco espacios o compuertas, por donde ella fácilmente podía acceder a su interior. Instantes después daba inicio el estrepitoso movimiento de las esferas, que sin aparente orden ni concierto se reunían y se agitaban, hasta terminar perfectamente mezcladas. Después de esto, todas las esferas eran lanzadas con tan inaudita energía que terminaban por colisionar en algún aventurado lugar del contrafuerte.

Gadea especuló que así de simple podía ser el mecanismo. Lo que no sabía era cuantas oportunidades tenía para intentar su liberación a través de un impacto acertado. Tomando en cuenta que en cada ocasión sólo se acertaba una o dos, o excepcionalmente tres colisiones favorables de cuarenta y cinco, por lo tanto, el panorama no era muy optimista. En ese momento recordó el baricoke en el cual siempre ganaba, pero reconoció que su juego era verdaderamente sencillo comparado con el sistema de las esferas. No obstante trató de realizar el mismo método que efectuaba, para determinar las posibilidades del color de las teselas.

Gadea tenía una memoria privilegiada lo que le permitió registrar y estudiar la secuencia de un buen número de eventos, cuando creyó tener una propuesta aceptable decidió arriesgar el todo por el todo. Al tiempo que gritaba "rojo saaaaaia", corrió a la compuerta correspondiente y se introdujo al interior de la esfera que se cerró de un sólo golpe. No tardó en girar el impresionante abalorio con la pavorosa velocidad de un bólido, y sin más, chocó estrepitosamente con la compuerta del contrafuerte "verde iare", más pronto que lo pensara Gadea estaba de regreso, y de un solo tumbo salió disparada de la esfera para encontrarse en el mismo lugar de sus cavilaciones.

–Esto no va a ser fácil. –pensó- al descubrir que había desaparecido parte de su brazo izquierdo. Lo intentó tres veces más, en la cuarta, completamente mutilada finalmente acertó empatar la esfera con la compuerta correspondiente. En la colisión sintió que le estallaba lo poco que aún subsistía de su maltrecho cuerpo que se adentraba velozmente por un oscuro y estrecho túnel. A lo lejos vio el titilar de una lucecita, de repente cayó de bruces tropezando con un arcón lleno de telarañas. Se levantó dando tumbos entre los ruidosos cacharros hasta que pudo alcanzar la lámpara de aceite.

Melissa con gran premura se había adelantado, la joven Ancarola la siguió por el túnel hasta llegar a un recinto colmado de estanterías, repletas de papeles y libros. La anciana torpemente buscaba algo en la penumbra de la biblioteca, Gadea la vio tan absorta que no quiso interrumpirla, la joven estaba cautivada admirando las hermosas ilustraciones de un libro, cuando sintió que su tía abuela la jalaba indicándole que debían salir. Ambas mujeres sentían sofocarse, la anciana respiraba con gran dificultad, cuando llegaron a la boca del pasadizo secreto, por donde se filtraban los rayos del sol.

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ENTELEQUIAS VEGETALES (Capítulo 20)



FLOR DE NUEVE PÉTALOS

Ollg era pequeñita y ágil, estando ella de pie no le llegaba siquiera a la cintura, su cara era la de una mujer joven, ni fea ni agraciada, tenía un cuerpecito regordete y los dedos de los pies estaban tan separados que parecían un simpático abanico. Gadea observó que la alberca se encontraba en un espacio impecablemente limpio y bastante amplio, se dio cuenta que el techo en forma de bóveda mostraba al centro de la cúpula, la figura ornamentada de un sol flanqueado por dos lunas, el cual estaba rodeado por una enorme estrella de doce picos. Completaban el diseño gran cantidad de pequeñas estrellas y textos trazados en forma radial y concéntrica a lo largo de todo el borde de la representación.

Abstraída con todo lo que le rodeaba, clavó sus ojos en la decoración del muro donde se podía ver en la parte central, un bajorrelieve en cuyo centro sobresalía una exquisita estrella de seis puntas. A su vez la estrella estaba rodeada de lo que parecía una canaleta o anillo, que semejaba una alberca de agua azulosa, la cual remataba con nueve antepechos o salientes. No obstante, observó la figura con mayor cuidado y descubrió que el arreglo del muro exhibía una enorme flor de nueve pétalos. Entre cada pétalo se formaba una línea con un texto escrito y dos círculos de texto rodeaban la flor. Ningún otro adorno había en esa habitación, ni muebles, ni tapetes, ni cortinas, ni cuadros, absolutamente nada, sólo los ventanales rematados en enormes arcadas dejaban pasar esa luz inusual, densa y difusa a través de las húmedas membranas que las cubrían.

Ollg la llamó un par de veces, Gadea salió de su introspección y siguió a la mujercita hasta llegar a una arcada lo suficientemente alta y ancha, como para permitir el paso de un elefante. Con un objeto similar a un gran anillo, adornado con algo que parecía una gema, la mujercita señaló una sección del monumental arco, y al instante desapareció parte de la superficie membranosa que lo cubría, creándose entre la piedra del anillo y la trama de la arcada una incandescente estela luminosa. Del hueco recién abierto, el cual tras de ellas al acto se cerró, salieron ambas a una espaciosa terraza que más adelante tomaba la forma de un sinuoso camino. Franqueado por los lados de minúsculos parapetos marcaban el borde hacia un desfiladero sobre el cual estaba asentada la totalidad del conjunto, dando la sensación de flotar o existir suspendido arriba de las oscuras gargantas del precipicio, cuya base permanecía cubierta de densa niebla.

El día comenzaba a declinar y el cielo que hacía unos instantes mostraba cierta refulgencia, de forma imprevista se llenó de oscuros manchones saturando el ambiente de tinieblas. No muy lejos Gadea vio aproximarse a un tropel de mujercitas desnudas, que con paso raudo pasaban frente a ella portando cada una, una luminosa estrella. Gadea se aparto lo suficiente para no alterarlas y en su intensión, no midió lo bajo del parapeto con el cual horrendamente tropezó. Su cuerpo salió disparado al desfiladero dando violentos tumbos de tramo en tramo, hasta llegar a las oscuras gargantas del precipicio.

ERA DOMINGO

Era domingo y las campanas de la iglesia de la Asunción repicaban de tanto en tanto al llamado de los fieles. Después de la misa, la plaza de las Palomas se llenaba de vendedores, adivinos, trotamundos y músicos ambulantes que complacían a la gente del pueblo, como cualquier día de fiesta hasta bien entrada la tarde. Melissa lamentaba no poder asistir al templo enraizada en esa dolorosa esquina frente a la lencería y pasamanería de Pollença. La vieja atrapada en el árbol se encontraba rezando alguna plegaria, cuando vio venir a Nina Font acompañada de su prima Pilar. Las dos mujeres que cubrían con un velo negro su cabeza se sentaron justo en su banca. La más bajita y de tez muy pálida le dijo a la otra. –Querida Nina, ¿Te había dicho que cuando me case con José Juan, nos iremos a vivir a Puigdemar? Algo contestó Nina pero Melissa no lo pudo escuchar porque empezaron a ladrar unos perros. –¡Qué raro! Pensó la anciana- Pilar está casada con Manolo Torrecilla.

EN EL FONDO DE LA OSCURA GARGANTA

Un agudo grito que rompió la fragilidad nocturna seguido del silencio más desolado estrujaba el pecho de Gadea. ¿Estoy muerta o viva? –sé preguntó- aprisionando con sus manos su cabeza. –Debo estar muerta, porque ésta no es mi vida. Ésta no es mi vida, repitió con un chillido ahogado que apenas escapaba entre sus dientes. Meditó durante largo rato tumbada en esa posición, -he caído desde muy alto, a un precipicio horroroso, terriblemente desconocido y oscuro. Debo estar muerta porque no me duele nada, no me he roto ningún hueso, pero no, estoy viva sobre esta esponjosa y repugnante superficie, a fin de cuentas es como si estuviera muerta, cadavérica, difunta.

¿De qué me sirve estar viva… de que me sirve estar en medio de esta pesadilla? Con los ojos cerrados Gadea sintió que algo debajo de ella se movía con un pequeño vaivén, apenas un movimiento lento, pausado, liviano como el balancín de un columpio que Apel mandara colgar de un árbol del huerto. A Gadea le gustaba sentir que volaba por los aires, mientras intentaba tocar la fronda del arbusto con sus pies elevados por el vuelo, con ese placentero sueño y profundamente extenuada se quedó dormida. Cuando despertó, los rayos del sol herían de forma brutal sus ojos, se incorporó sin dejar de parpadear, cuando pudo fijar la vista no podía creer lo que sus ojos veían. Estaba sobre una gigantesca flor, en medio de un jardín fantástico, verdaderamente prodigioso donde las plantas podían libremente desplazarse de un lado a otro.

Ella debió haber estado viajando toda la noche, debía estar muy lejos de la edificación de las mujercitas desnudas porque nada a la redonda le parecía familiar. Cientos de miles de plantas de formas diversas abigarraban el horizonte de colores. Las raíces eran piernas ágiles, los brazos parecían ramas frondosas y las cabezas un conjunto de flores tan extrañas que nunca había visto jamás. Las insólitas plantas parecían sociables y se movían en grupos, como si tuvieran una actividad claramente definida. Daba la impresión que todas realizaban una tarea específica, pues cada una de ellas se mantenía inexplicablemente ocupada.

Gadea se preguntaba si la planta había advertido su presencia, pues al menos no parecía incomodarle, tampoco a las otras flores que se aproximaban a observarla de cerca. Se sintió realmente aliviada, pero no por mucho tiempo, porque de repente las plantas comenzaron a correr despavoridas, parecía que perseguían a alguien, ella tuvo que asirse de un atado de filamentos que emergían de la flor para no caer. Durante mucho rato soporto la carrera hasta que las plantas se detuvieron, Gadea se asomó entre los coloridos pétalos para ver que pasaba, y vio en el suelo vaporoso, a un pequeño y raro animal despanzurrado entre las patas pezuñosas de una planta. -¡No quiero que me pase esto a mí! –dijo y tragó saliva- Se movió lentamente ocultándose bajo los pétalos de la flor, después de un rato asomó su cabeza y vio a lo lejos la edificación de la mujercitas, el corazón le palpitaba con tal fuerza, que temió que toda la vegetación circundante pudiera escuchar sus latidos.

Pacientemente observó que la planta caminaba por el sendero de un riachuelo humedeciendo sus grotescas extremidades, y justo se dirigía hacia la plegada muralla en la que se asentaban los nueve edificios, de los cuales, uno de ellos debía ser el Corporum-Esferae. Al aproximarse se dio cuenta que la cima del desfiladero estaba muy alta, y que ella se encontraba cada vez más en el fondo de la oscura garganta, donde la niebla se hacía visiblemente más densa. Peor aún, la planta desandaba sus pasos y retomaba de nuevo el camino hacia la espesa vegetación. –¡Noooooooo! -Gritó Gadea- al tiempo que un violento espasmo recorría todo su cuerpo, abrazó fuertemente sus piernas y rompió en llanto. De súbito sintió un golpe certero sobre sus espaldas y una fuerte presión que la ahogaba, de inmediato se elevó sobre los aires.

Prácticamente volaba atrapada entre las garras de un ave colosal. Gadea pudo ver desde las alturas todo el majestuoso conjunto, grabó en su mente hasta los más mínimos detalles para el resto de su azarosa vida. Al pasar por el edificio central vio a Ollg y a otra mujercita en lo alto de una torre saludándola alegremente. Estaba feliz, ahora solo tenía que aterrizar con bien y encontrar el Corporum-Esferae.

Su benefactora plumífera la arrojó prácticamente sobre una explanada en cuyo centro, el agua de una alberca giraba vertiginosamente creando enormes olas, que semejaban los brazos de un remolino. El ruido del agua era ensordecedor, se sentía aturdida y no sabía que camino tomar. Supuso que lo más razonable sería que en el edificio central se encontrara el Corporum-Esferae, pero desde su ubicación no había forma de ingresar al edificio, ya que éste se encontraba rodeado de una profunda fosa repleta de bruma, y de un extraño líquido de apariencia desagradablemente viscosa.

De suyo parecía que la única comunicación posible con la construcción central, era a través de las tuberías. De tal modo reconoció que no había muchas posibilidades hacia donde dirigirse. Del lugar donde ella se encontraba distinguió tres avenidas, de las cuales descartó una porque se internaba en la espesura de entelequias abrumadoramente vegetales, así que debía de tomar cualquiera de los dos caminos restantes.

Descubrió que una de las avenidas pasaba frente a un castillo, el cual insólitamente, estaba construido a imagen y semejanza de las edificaciones que ella conociera en su mundo cotidiano. De tal modo se enfiló en esa dirección. La fortaleza no era muy grande y contrastaba notoriamente con todo lo orgánico del entorno circundante. El pórtico comunicaba de inmediato a una especie de santuario, dedicado casi en su totalidad a las plantas humanoides.

Como un herbolario mural se exhibían en las paredes las imágenes a color, de aproximadamente ciento treinta y tantas especies vegetales verdaderamente inverosímiles. Cada una de las peculiares pinturas era explicada con un breve texto que dotaba a cada planta, de virtudes inusitadas para un mundo en el cual, lo único relevante era generar corrientes continuas de energía. Gadea retrocedió aterrada, hasta ese momento se dio cuenta que el texto estaba escrito en algún lenguaje para ella desconocido, y no obstante lo entendía todo perfectamente bien.

Al final de la sala, un pasaje conducía a un soberbio salón repleto de pequeños toneles decorados con círculos, puntos, líneas y franjas de colores que en conjunto, daban lugar a sencillas formas que se repetían alrededor de toda la superficie del tubo. Había además gran cantidad de algo que parecían colosales bombonas y cilindros de muchos grosores y tamaños, y algunos eran tan altos y tan elaborados como para construir majestuosos obeliscos. En las paredes, al igual que la sala anterior, los textos y las imágenes a color explicaban la procedencia de todos los materiales. Las flores, los troncos, las ramas y principalmente las raíces de las plantas humanoides, eran exclusivamente la materia prima de estos inusuales artefactos.

Gadea salió de la habitación completamente atónita. La última sala del castillo era en su totalidad gráfica. Los muros estaban cubiertos de texto y figuras donde aparecían las mujercitas desnudas, realizando su actividad cotidiana. En algunas representaciones las damiselas estaban congregadas en círculos y cada una de ellas portaba una pequeña estrella. Para fortuna de la joven Ancarola, en un costado del gran salón podía apreciarse un estupendo mapa del lugar trabajado en gran detalle, así pudo confirmar sus sospechas respecto a la ubicación del Corporum-Esferae, el cual estaba efectivamente al centro del Ditriae-Corporum, que era el nombre de ese extraño e incomprensible sistema.

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LAS MUJERCITAS DESNUDAS (Cap. 19)



ATERRADORA OSCURIDAD

Gadea salió de la biblioteca para alcanzar a Melissa, supuso que se habría adentrado por el túnel, así que se enfiló en la dirección correcta, no había andado más de cinco pasos cuando repentinamente se hizo la más aterradora oscuridad.

Pamela alzó la vista, entrecerró el libro sin retirar sus pulgares de la página que recién leía, con los ojos entornados vio hacia un punto indefinido de la pared, por unos instantes su rostro abandonó la gentileza de sus finos rasgos y en su expresión atónita se dibujó un signo de estupor. Tenía la mente en blanco cuando escuchó un golpeteo insistente en el vidrio de la ventana, se estremeció de súbito al ver a un hombre fornido haciéndole señas. El hombre insistía hasta que Pamela le gritó desde el sillón.
-¿Qué desea?
-Disculpe la molestia, soy de la compañía de luz. Hemos cortado temporalmente el servicio por una anomalía en el transformador de la zona.
-¿No hay luz?
-No señorita, estamos trabajando en eso.
-¿Tardarán mucho?
-Cuatro o cinco horas, tal vez un poco más, perdone las molestias.
-No se preocupe. –dijo con cierta resignación y agregó- Gracias.

Vio alejarse al hombre a través del vidrio, todas las ventanas estaban cerradas y el aire acondicionado había dejado de funcionar. El termómetro marcaba cuarenta grados en el exterior y ya había subido la temperatura a treinta y un grados en el interior. Eran poco más de las cinco de la tarde así que con suerte, pensó que la luz llegaría a las nueve o diez de la noche. Sacó un refresco del refrigerador, le puso bastante hielo, rellenó con agua la charola de los cubos y la metió nuevamente al congelador, dudó por un instante, finalmente sacó la charola y la dejó sobre la mesa de la cocina.

Encontró una linterna en la caja de herramientas y hasta entonces se percató que había suficientes velas decorativas esparcidas por toda la casa como para alumbrarse por varios días. Bueno –pensó- al menos no estaré a oscuras. Sentada nuevamente en el sillón, acompañada de un vaso de refresco helado, vio con cierto recelo el libro que había dejado abierto en la mesita de centro.
-¿Sincronicidad? -Dijo en voz alta- ¡O una coincidencia significativa!

Gadea estaba petrificada, se paralizó por completo, no se movía ni un ápice, el único sonido que escuchaba era el de su respiración. Mentalmente se repetía -Tiitameli, tiitamel, ¿dónde estás? Cuídate, te voy a encontrar. Con sumo esfuerzo levantó su brazo derecho, lo jaló lo más que pudo al tiempo que estiraba los cinco dedos de su mano, avanzó lentamente el cuerpo en esa dirección, con el otro brazo hacía movimientos desordenados intentando tocar algo que le indicara su posición en el pasadizo. Pensó que a su costado derecho, a corta distancia debía encontrarse el muro del túnel, así que caminó de lado contando cada uno de sus pasos… cuatro, cinco, seis. ¡Listo! su mano topó con la pared.

En esa posición hizo algunos cálculos, -hacia mis espaldas está la biblioteca, puedo bordear el muro de la estantería y salir nuevamente al pasadizo, después deberé continuar en esa dirección hasta advertir  la primera galería, desde ahí será fácil encontrar la salida pedir ayuda y regresar por Melissa. -Se repetía mentalmente visualizando cada uno de los puntos que debería alcanzar en su camino. Puso en marcha su plan, giró ciento ochenta grados intercambiando con rauda agilidad su mano derecha por la izquierda que ahora tocaba el muro– inició la marcha apurando el paso sin apartar en lo absoluto su mano de la pared, sentía sofocarse y la oscuridad empezaba a generarle una sensación de pánico.

Había caminado un buen trecho y le inquietó no encontrar la primera esquina de la biblioteca, pensó que la había pasado inadvertida, pero no, al menos en algún momento debió toparse con el primer recodo. Instintivamente comenzó a trotar, prácticamente estaba corriendo como si algo o alguien la persiguiera. En su carrera se despojó de su capa arrojándola tras de sí, continuó la marcha vertiginosa hasta que sus pies se enredaron con algo y cayó violentamente al suelo.

Sin poderse levantar se sintió extenuada, terriblemente abatida e inmensamente sola, por primera vez en su vida experimentó una brutal sensación de desamparo y profunda tristeza. Se acurrucó en el suelo protegiendo su cuerpo adolorido con sus manos adoptando la posición de un feto indefenso. Recargó su cabeza sobre la suave tela… de su capa. Efectivamente, había tropezado con su capa. -No es posible. –dijo mentalmente- tocando los bordes del paño que tan bien conociera. -La capa ha quedado atrás ¿cómo ha llegado hasta aquí? –se preguntaba al borde del desconcierto. ¿Dónde estoy? –sollozó- Tiitameli, tiitamel, por favor… no entiendo nada.

LA PLAZA DE LAS PALOMAS

Melissa despertó con los primeros rayos del sol. A esa hora iniciaba el trajín del mercado frente a la plaza de las Palomas. Los recios hombres en un ir y venir por las calles del pueblo arrastraban sus carretones cargados de mercancía, algunos señores llegaban a caballo directo al bodegón de pitanzas, que a temprana hora encendían los fogones para preparar las empanadas de pescado, la deliciosa tarta de almendra o el lomo de cerdo con col. El gustoso olor a comida y el ensordecedor canto de las aves la ubicó lejos de la hacienda, repentinamente creyó ver a Gadea en el pasadizo de la mezquita.

Cómo una súbita visión la vio tan real y abandonada que sintió pena por su querida hija. Pero no, no era posible, ni Apel ni Gadea ni siquiera su propia sombra sabían nada de lo que había ocurrido años atrás. Advirtió que estaba cansada y hambrienta y pensó que ya era hora de regresar a casa. Con gran esfuerzo pretendió enderezar su cuerpo pero se sintió demoledoramente pesada, trató de ayudarse con sus manos e intentó levantar tan solo una de sus piernas, pero fue totalmente imposible –soy una vieja achacosa. –Dijo para sí bastante enfadada- creyó que debía descansar un rato sus pies hinchados y decidió quitarse los zapatos, se inclinó y vio que en vez de piernas tenía en sus extremidades inferiores una gruesa raíz que penetraba profundamente en la tierra.

Lo primero que pensó fue en pedir ayuda. –¡Ayuda, ayuda por favor!- nadie la escuchó porque el mudo sonido se quedó en lo más profundo de su pensamiento. Así pasó la mañana viendo como la gente de Pollença hacia su día cotidiano. A ratos dormitaba pero el gorjear de los pájaros y el viento que agitaba vigorosamente su fronda la mantenían bastante despierta.

Enfrente estaba el mercado de la Asunción y justo delante de ella, atravesando la calle empedrada había un negocio de lencería y pasamanería. Del establecimiento vio salir a Nina Font acompañada de su prima Pilar. Las dos mujeres atravesaron la calle empedrada y se sentaron justamente en su banca. La rubia y más joven de ellas le comentó a la otra. –Querida Nina ¿te imaginas que linda se va a ver mi Ana Belén con su vestidito adornado con este pasa listón de seda? Algo contestó Nina pero Melissa no lo pudo escuchar porque empezaron a ladrar unos perros. -Qué raro. –Pensó la anciana- Pilar tuvo un varoncito pero el pobre crío murió de flema.

Pamela se quedó de una pieza. No entendía lo que estaba pasando. Será el calor –pensó- ¡Y la luz que no llega!

Gadea permaneció largo rato en el suelo tendida en esa patética postura. Bajo el demoledor silencio con su oreja pegada casi al piso creyó escuchar el ruido suave y acompasado de una multitud de pequeños pies que avanzaban hacia ella. Levantó la vista y vio a lo lejos el resplandor difuso de menudas lucecitas. De inmediato se incorporó y aunque en ese momento no pudo ponerse de pie, mantuvo su espalda erguida apoyada en sus piernas arrodilladas.

IBAN COMPLETAMENTE DESNUDAS

La tenue emisión de luz se hizo cada vez más clara y pudo ver con certidumbre a unas mujercitas que pasaban de largo junto a su estropeado cuerpo sin molestarse tan siquiera en voltear a mirarla. Las pequeñas adultas median lo mismo que ella sentada en esa incómoda posición. Gadea observó que las insólitas damiselas portaban en su mano derecha una estrella luminosa e iban completamente desnudas.

Como en un desfile alegórico las vio pasar una a una tan inmutables e inexpresivas que dudó lo que sus ojos veían. Debieron ser más de veinte, tal vez treinta y cuando creyó que había concluido el singular desfile atisbó en la cercanía a una rezagada que al pasar frente a ella le dirigió un vistazo que más bien parecía un examen de aprobación. Gadea aprovechó la dichosa circunstancia para preguntarle.
-¿Dónde estoy?
-¡Estás estorbando! –dijo secamente la inaudita mujer- y continuó su camino. Gadea se desplomó en llanto, en su aflicción apenas se dio cuenta que las piernas le hormigueaban, las estiró sobre el suelo lo más que pudo masajeando con ambas manos una de sus rodillas. Cuando sintió un poco de alivio logró levantarse al tiempo que se acomodaba la capa sobre sus hombros. Amanecía, al menos eso creyó al ver que cierta claridad penetraba por las arcadas del ventanal de un largo pasillo donde parecía estar.

Se aproximó al pretil de una de las ventanas y vio que estaban cubiertas de una sustancia tersa, flexible, transparente y húmeda. Hacia afuera se podía ver una extraña ciudad de al menos nueve edificios con cúpulas y torres estrambóticamente adornadas. Las edificaciones parecían interconectarse entre sí por sinuosas avenidas y terrazas y en la parte superior de todas las construcciones salían gigantescos tubos que se arqueaban discretamente hacia arriba formando puentes de unión entre todas ellas. El cielo tenía una consistencia inusual, parecía un día nublado, aunque de hecho no había nubes, pero no alcanzó a ubicar el sol por ningún lado.

Gadea especuló que ella seguramente se encontraba en lo alto de alguna edificación ya que no alcanzaba a distinguir el fondo de la superficie del terreno que estaba cubierto de una espesa bruma. Volteó hacia los extremos del pasillo, en ningún caso pudo distinguir el final ya que ambos lados aparentemente remataban en una curva. Su extrañeza se acrecentó al descubrir que el techo no muy alto, mostraba una superficie acolchonada. Una cantidad tal de pequeñas volutas de color azul parecían estar ensartadas en un arreglo ondeante y ciertamente riguroso.

Avanzó con gran cautela por el insólito corredor que más bien parecía un enorme tubo en forma de anillo el cual paradójicamente no llevaba a ningún sitio. Todo el interior del pasillo era exactamente igual y solo el paisaje exterior revelaba en el lado opuesto de la ciudad una cantidad tal de bruma que a excepción de ciertas secciones parecía sin lugar a dudas la fronda colorida de un bosque entre la niebla.

Gadea se preguntaba con gran extrañeza por donde habían entrado y salido las mujercitas, pues ella no advirtió nada que pudiera parecerse a un acceso, o a una puerta o al menos a algo similar a una abertura. El muro frente a los arcos de las ventanas aunque rugoso y plagado de pequeños orificios se veía bastante sólido, ensimismada en sus cavilaciones tardó en descubrir que estaba parada en un inmenso charco de agua azulosa el cual crecía a raudales al acumularse el líquido que brotaba de una especie de canaletas alineadas en lo alto y largo del muro.

El nivel del agua subió de forma tan repentina que en breves instantes había llenado todo el espacio por completo. Gadea nadó desesperadamente a la superficie, al levantar su mano se dio cuenta que estaba a tan solo un palmo del techo, cuando el líquido alcanzó su máximo nivel, advirtió que las volutas de la bóveda devoraban con tal avidez el cerúleo líquido que en la proeza de tragarlo todo, la habían atrapado a ella manteniéndola completamente adherida a las insaciables ventosas de esa horripilante masa amorfa.

Tras un rumor parecido a un resoplo, seguido de un fuerte estrépito descubrió que unas compuertas situadas en la parte baja del orgánico muro, se habían abierto dejando escapar vertiginosamente el fluido misterioso que junto con ella, avanzaba al centro de un tubo con la fuerza demoledora de un remolino. Todo fue tan expedito que no supo en que momento había ido a parar a una alberca donde se bañaban plácidamente algunas mujercitas.

Al día siguiente Melissa descubrió que una pareja de mirlos construía un nido entre sus ramas, estaba viendo a los pajarillos cuando escuchó la voz de Nina Font quien se aproximaba a la plaza en compañía de su prima Pilar. Ambas mujeres se refugiaron del sol bajo su fronda. La de ojos gitanos y cabello oscuro le dijo a la otra. -Querida Pilar ¿crees que a mamá le guste la mantilla que le estoy bordando? Algo contestó Pilar pero Melissa no lo pudo escuchar porque empezaron a ladrar unos perros. -¡Qué raro! –pensó la anciana- Si la pobre de Inesita murió el año pasado.

Pamela dormía profundamente en el sillón, no había encendido las velas y la linterna estaba apagada sobre la mesita de centro. El libro sin más, alentó sus páginas que fueron pasando lentamente una a una dejando escapar sus vagas presencias en el caótico sueño de Pamela. Afuera, las estrellas cubrían con un mágico resplandor el cielo y en una inusitada danza recorrieron el seductor espacio iluminando todos los confines del firmamento.

No le quedó la menor duda. Era la misma damisela rezagada de mal genio la que no le apartaba la vista. Gadea más que aterrada se sintió grotesca, había caído de bruces en medio de la piscina, estaba hecha una sopa y tan vestida con todo y capa se sintió ridícula junto a las desnudas mujercitas.
-¿No te das por vencida, verdad? –le dijo la mujer a Gadea en un tono de pocos amigos.
-Perdón por molestar, al menos si me indicara la salida… -Imploró Gadea.
-Acabas de llegar, ¿y ya quieres irte?
-No… sólo… que no quiero estorbar.
-Pues no estorbarás por mucho tiempo –le dijo duramente la mujer- en breve comenzarás a disgregarte.
-¿A disgregarme?
-Oíste bien. –¡Gritó!- afectas nuestro sistema y no puedes permanecer mucho tiempo aquí.
-¿Y hay una forma de salir? –gimió Gadea.
-Si, hay una.
-¿Una? –Preguntó Gadea con gran nerviosismo.
-Si, tendrás que salir por el Corporum-Esferae… ¡y muy pocos lo logran! Pero antes de indicarte la salida –continuó la mujer- Debo decirte que me llamo Ollg ¿Cuál es tu nombre? –Le preguntó la mujercita alisándose el húmedo y largo cabello.
-Gadea… Gadea Ancarola.
-¡Ah! Veo que tienes dos nombres. –dijo Ollg nadando hasta la orilla de la alberca.

Gadea la siguió y de un brinco, al igual que la mujercita salieron de la piscina. La joven Ancarola más que temor experimentaba una extraña sensación de aturdimiento ante la inverosímil situación que enfrentaba, de tal modo no se percató del hilarante ruido que hacían sus zapatos al caminar, ni tampoco de los charcos azulosos que dejaban a su paso sus ropas empapadas.

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ATRÁS QUEDABA DÖSEN (capítulo 33)

LA LUZ DEL SOL SE APAGÓ Sophia Brahe preparaba un remedio espagírico con plantas que ella y Kima habían recogido del huerto. La joven...